Greta Garbo y el mito de la soledad
Tenía doce años y mi abuela vivía en la casa de a lado. A mi abuela le gustaba mucho leer: cada año, desde antes de que yo naciera, pagaba la suscripción anual de la revista Vanidades. También leía El vaquero y novelas Best Sellers de El New York Times. Yo era una adolescente curiosa y tímida que hablaba poco y me sentaba las tardes a acompañarla en silencio mientras ella leía algo para pasar el tiempo. De todo el material de lectura que tenía en casa —que, en realidad, era poco: un librero pequeño y su colección de revistas—, lo único que llamaba mi atención eran las Vanidades. No sé cuándo hojeé la primera, pero recuerdo cómo, en algún momento de mi niñez, las descubrí y me obsesioné con ellas. Sabía más o menos en qué momento del mes llegaban, cuánto tardaba mi abuela en leerlas para después dejarlas en algún lugar de la casa: su buró, la mesa de la sala, el comedor o algún estante. Ahí era cuando aparecía yo dispuesta a consumir cada uno de los artículos y notas de moda, sociedad, realeza y arte. Si me lo preguntan, es un gran medio de difusión cultural que no ha recibido el reconocimiento que se merece. En fin, un buen día ahí, entre las fotografías de las pasarelas de la Semana de la moda en París, los chismes sobre Carlota Casiragui de Mónaco y las novelas de Corín Tellado, encontré una nota sobre las grandes estrellas de la época dorada de Hollywood. Cada mes publicaban algo al respecto, pero en esta ocasión hablaban específicamente sobre actrices que migraron del formato del cine mudo al sonoro. Muchos de esos artistas —extranjeros en su mayoría— pasaron al olvido en esa transición. Greta Garbo, una actriz sueca, triunfó en ambos momentos. Me fascinó el personaje, el mito alrededor de ella, y la revista sacó varias veces artículos y notas de la actriz. Así que me armé mi colección.
Al año siguiente, mi papá contrató el servicio de internet en casa. Teníamos una computadora de escritorio con Windows XP que instalamos en mi habitación. Descubrí Google y las maravillas de teclear un par de palabras y encontrar cientos de resultados. La primera opción siempre era una tal Wikipedia. Leí todos los artículos en inglés y en español sobre la época dorada del cine en Hollywood, las biografías de las actrices más destacadas de ese tiempo y, por supuesto, Greta Garbo estaba en mi top. No era la única obsesionada con ella, pues descubrí muchas otras páginas con Word Art y fondos luminosos que presentaban sus fotografías, su biografía, sus datos curiosos, etc. Anoté en una lista sus películas e hice lo que cualquier adolescente de principios de los dos miles haría: fui a Blockbuster.
Como era de esperarse, no encontré ninguna de las películas de Garbo en renta. Regresé a mi casa decepcionada y seguramente con más acné del que tenía antes de salir a mi travesía. Me llevé otro par de películas en blanco y negro, y convencí a una de mis amigas de secundaria para verlas conmigo. Lo convertimos en una especie de tradición y, cada que iba a Blockbuster, me acompañaba para rentar las películas más viejas que encontrábamos. Éramos unas snobs.
Comencé a manejar cuando entré a la preparatoria, y mi papá me prestaba el carro para no tener que llevarme e ir por mí. Cerca de la escuela había una plaza y una Walmart. Uno de esos días que salí temprano de clases, llegué a pasar el tiempo y me encontré una pila de películas en 49.90 cada una. Puras películas de antes de 1960. Me demoré una hora, pero encontré una joya: Gran Hotel (1932), dirigida por Edmund Goulding y producida por el mítico estudio Metro-Goldwyn-Mayer, el del leoncito. Uno de los primeros films que presenta historias entrecruzadas —incluso es conocido como la técnica Grand Hotel—, así como a varias superestrellas en una misma obra —coprotagoniza Joan Crawford, por ejemplo. Llegué a casa, le hablé a mi amiga y fui al Oxxo por palomitas. Ese mismo día la vimos.
Las interpretaciones de la película distan mucho de las actuales: mucho más histriónicas, mucho más apegadas al teatro. Es natural para la época. Creo que el ejemplo más claro para comparar estas diferencias en la interpretación lo tenemos en Un tranvía llamado deseo (1951), donde Vivien Leigh personifica ese viejo Hollywood y Marlon Brandon —guapísimo— este nuevo método de actuar y representar a los personajes. Greta Garbo se retiró en 1941, diez años antes, a la edad de 36 años después del fracaso en taquilla de su última película La mujer de las dos caras (hay una escena donde sale bailando que le causó muchísima vergüenza, una especie de hice el ridículo por nada; jamás se lo perdonó al estudio). En Grand Hotel estaba en la cúspide, pero esta película colaboró en gran medida en la creación de su mito. La personalidad de Garbo —hermética, huraña, seria y distante— se resume en uno de los diálogos: “I want to be alone… I just want to be alone”.
Vi la película un par de veces más y luego la guardé en un librero en mi habitación. Después agregaría más films de la época a ese pequeño pero querido repertorio. Las palabras y el rostro de Garbo resuenan en mi cabeza cada cierto tiempo. Quiero estar sola, quiero que me dejen sola. Pienso en las conexiones de la actriz con México: se dice que fue pareja de Dolores del Río, otro ícono de la época. Me pregunto si alguna vez habrá visitado el país, si alguna vez habrá venido a Mexicali, mi ciudad natal, cuando era un pueblo de cantinas y casinos, un divertimento para los gringos durante la ley seca de principios del siglo XX.
En una fotografía que me tomaron con una cámara análoga hace unos meses, salgo en una pose muy similar a una de las imágenes más celebres de Garbo: el semblante serio, las manos alrededor del rostro, la mirada profunda. Yo no seré considerada la mujer más bella del mundo, como lo fue Garbo en 1954, tampoco tendré nominaciones al Óscar ni una fortuna de 20 millones de dólares. Pero el mundo sí me tiene bien harta, quisiera poder encerrarme en un departamento y vivir cómodamente hasta que muera, solo salir de vez en cuando a estirar las piernas y tomar baños de sol, mantener correspondencia con amistades y viejos amoríos, y, sobre todo, que nadie me moleste.
Karla Michelle Canett (@ArreLaQueBarre).
Marzo de 2021.