En estos textos el diario acontecer consume al poema. Las sílabas se retuercen entre sábanas sucias, entre la ropa, entre las cuentas pendientes, en una casa limpia, en una nevera que a primera vista no tiene nada que valga la pena comer. Abrámonos también nosotros, como se abren las neveras, a ver si adentro, muy adentro, encontramos otro cuerpo con el cual empezar a vivir.
J.G.
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Hemos esquivado todas las bombas menos una. Te prometo que vamos a salir de aquí. Sólo tienes que tirar de mi anilla. Elena Román
Como en una buena película bélica, la vida es una temible francotiradora que me acecha, desde el otro bando, con su fusil, mientras yo me resguardo en una trinchera cada vez más laberíntica y agobiante -demasiados cadáveres amontonados en sus interminables corredores-; cuando la desesperación me golpea en la nunca, me arrojo, con rabia, al campo de batalla hasta alcanzar otro refugio menos hostil armada tan sólo con una granada de mano; a veces, esta única enemiga consigue herirme, la muy [miserable, -las balas directas al pecho son humillantes y duelen una barbaridad, os lo juro-, y en otras, tengo suerte, cuando la muy torpe no atina -y eso que no duda en apretar el gatillo, con toda la mala leche del universo-, yo, por mi parte, jamás me defiendo no tiro de la anilla. Ambas sabemos que, cuando yo me vea obligada a [usarla todo habrá acabado porque la vida sabe, perfectamente, que tengo mejor puntería que ella.
[de Carta de ajuste]
La melancolía
La ley de la rutina es el mejor remedio contra la incertidumbre del presente. Refresca y siento el frío del futuro abrazando mi piel como se abraza un cuerpo antes de abandonarlo para siempre. Ramón Bascuñana
Menospreciar de un vistazo la nevera -una caja de caldo (de cocido) una lata de cerveza (marca blanca) un blíster de embutido (próximo a [caducar) un tupper (con las sobras de la cena) media botella de vino (de reserva) dos (insípidos) yogures desnatados- el panorama es desolador (las sábanas bajeras arrugadas, mal [dobladas, calcetines desparejados que se amontonan en el tambor [de la lavadora, amoniaco mezclado con poca agua para [desinfectarlos lavabos, lo peor: aún no han ingresado la nómina y hay que pagar luz, gas / y teléfono), asomarse al balcón, para regar las macetas, predecir el tiempo -sin amenaza de lluvia: mañana, bragas y toallas [secas-, y de mal humor -o por la menstruación adelantada un par de días o por no disponer de planes festivos para este [sábado-, desear a las mascotas de los vecinos que corretean felices por el parque, ajenos a esta [melancolía tan bruta que retuerce las entrañas -otra vez las molestias de la regla, se supone, o porque es otra noche de reclusión en el piso- resignación, cariño, es nuestro segundo apellido recoger la ropa desperdigada por el suelo de la [habitación sólo ropa tuya y acariciar esa puerta y saber que no volverás a verle más.
[de La Balada de la Soltera]
Ni vieja ni maldita
A veces la vida viene como la carta más baja rozamos con otros transeúntes la suciedad de las aceras habitamos los árboles, los pájaros pedimos el pan como los pobres. A veces la vida viene como vileza. Entonces nos aferramos a la suerte frenéticamente. Marta Kornblith Volver a los inicios. Volver a escribir algún poema cuando algún poema venga, y nada más. Leer, quizás un poco. Pasear. Mirar por la ventana. Fumar. Ensimismarse. Volver a los inicios. Sentarse. Sentarse y esperar. Roger Wolfe
Ya no fumo ni bebo tanto como antes ya no escribo tanto como antes la gente ya no me interesa tanto como antes me da pereza fingir amabilidad, construir vínculos, amar y ser amada - ya es suficiente -, me contento con el salario mínimo saber que mi familia y amigos se encuentran [bien tener mi casa limpia mis estanterías llenas de libros y pasear durante horas no he alcanzado metas elevadas - tampoco lo pretendo: lo saben hasta mis [enemigos - ni maldita - eso vendía: ahora sólo se comercia con [lo blando - ni vieja - casi cuarenta años: ahora es cuando empiezo [a vivir - y aquí estoy resistiendo pariendo poemas con cariño y desprecio presentándolos a certámenes para conseguir algún premio decente vomitándolos a deshoras mientras espero la cita con la psicóloga porque no, los poetas no somos criaturas especiales, tan sólo somos sombras en esta existencia tan desoladora tan absurda como la idea que defiende que la poesía salvará al mundo.
Ana Patricia Moya Rodríguez (Córdoba, 1982). Licenciada en Humanidades; ha trabajado como arqueóloga, bibliotecaria, documentalista, diseñadora gráfica, archivera, correctora ortotipográfica, profesora, etc. Autora de varios poemarios, entre los últimos, Píldoras de papel (Huerga & Fierro, 2016), La casa rota (Versátiles Editorial, 2019) y Carta de ajuste (Groenlandia, 2020). Sus poemas y relatos han aparecido en distintas publicaciones literarias, digitales e impresas, europeas e hispanoamericanas. Ha sido incluida en diversas antologías literarias; ha obtenido algunas menciones por sus textos. Ha sido traducida parcialmente a seis idiomas. Dirige (con mucha calma) Editorial Groenlandia (proyecto cultural sin ánimo de lucro especializado en publicaciones digitales). Entre los años 2017 y 2020 fue editora de la plataforma Editorial Liberoamérica (encargada de la sección española de poesía en castellano); durante ese periodo, dirigió las secciones Que la vida iba en serio (poesía española contemporánea) y El sótano del ornitorrinco (dedicado a entrevistas sobre narradores, poetas, gestores culturales, etc) en la citada plataforma. También, desde el 2017, trabaja para la publicación Odisea Cultural, con la sección No es país para viejóvenes, coordinada junto al poeta Manuel Guerrero Cabrera (centrada en poetas destacables fuera del sistema editorial; este mismo proyecto se publicaba en la ya extinta La Galla Ciencia, otra revista literaria digital); entre el 2017 y el 2020 también coordinó Palabra de Argonauta en la citada revista (sobre narradores contemporáneos españoles). Actualmente, vive entre su ciudad natal y Granada, donde trabaja como auxiliar de instituciones culturales.