Reseña: Antología de poesía viejoven. Casting de poetas sin fotos // José Manuel Valle Porras

Una antología (no) generacional

Ana Patricia MOYA RODRÍGUEZ y Manuel GUERRERO CABRERA (coords.): Antología de poesía viejoven. Casting de poetas sin foto, Versátiles Editorial, Huelva, 2020.
Ana Patricia Moya Rodríguez y Manuel Guerrero Cabrera (coords.): Antología de poesía viejoven. Casting de poetas sin foto, Versátiles Editorial, Huelva, 2020.

Estamos acostumbrados a las «generaciones» literarias, de narradores y poetas, que, en sintonía con la teoría de Ortega, venían sucediéndose aproximadamente cada quince años o, más recientemente, y según las estimaciones de su discípulo Julián Marías –que hacía patente el aumento de la esperanza de vida–, de veinte en veinte años, aunque siempre a partir de cálculos inciertos y atrevidos. Vinieron así las generaciones del (18)98, (19)14, 27, 50, o los novísimos de 1970. Aparte de la común y estrecha cronología, lo que definía a los representantes de estas oleadas de literatos era que, en su definición y presentación pública, se mostraba a los autores más conocidos y reconocidos, seguramente a buena parte de los mejores de su momento, a lo más excelso, la crema y nata, aunque algunas joyas pudieras quedar fuera.

En la antología de la que hoy hablamos, coordinada por los poetas cordobeses Ana Patricia Moya Rodríguez y Manuel Guerrero Cabrera, y fruto de la meritoria sección «No es país para viejóvenes», que ambos dirigen en la revista Odisea Cultural, el criterio generacional ha saltado en pedazos. La obra recoge un electo de poetas nacidos entre 1956 y 1985, mediando, pues, prácticamente treinta años entre el más viejo y el más joven, sin que ninguno de ellos sea excesivamente lo uno ni lo otro, y dejando en el desván de lo olvidado los marcos temporales de Ortega y Gasset, de Julián Marías y de algunos más.

Otra peculiaridad de este libro es que no recoge, como dice su capítulo introductorio, «la foto fija de la poesía oficial». No aparecen aquí los nombres consagrados e ilustres, ninguna vaca sagrada de la lírica actual de nuestro país. Tampoco son, sin embargo, recién llegados ni aspirantes. Entre ambos extremos, tenemos aquí una amplia representación de poetas y poetisas de asentada trayectoria y reconocidos méritos artísticos, que, como dicen Bunbury o Woody Allen hablando de ellos mismos, compaginan, acaso, dosis de talento y mucho esfuerzo. Esto hace que, uno tras otra, encontremos trayectorias respaldadas por múltiples colaboraciones en revistas literarias, premios, publicaciones, etc. Forman, en definitiva, esa numerosa clase media del universo poético en España, esos autores que no están en la primera fila, «sin foto», pero imprescindibles, porque aportan la masa crítica esencial para la salud del fermento literario español.

Si ponemos el foco en esta muestra de veinte escritores –mitad mujeres, mitad hombres–, observamos que domina claramente el perfil del licenciado universitario de una carrera de letras, frecuentemente Historia, Filología o, en menor medida, Periodismo, aparte algunas más. Y, a nivel profesional, destacan los profesores de enseñanzas secundarias (y alguno de Primaria), así como los periodistas. Ciertamente, vivir de la literatura es algo accesible sólo a muy pocos. Uno tiene que ganarse el pan, después escribir. Y la docencia es una de las profesiones que permite más estabilidad económica, seguridad material y tiempo para otras vocaciones intelectuales. Por su parte, la labor periodística aporta unos interesantes estímulos creativos y la práctica de la escritura, de ahí que, al menos desde Larra, sea tan a menudo profesión compañera de las musas.

Un aspecto muy interesante de esta antología es la procedencia geográfica de sus autores. El norte de España apenas está representado por un asturiano y dos vascos. Sólo un meseteño, de Madrid. Otro es natural de Zaragoza y uno más de Barcelona. En realidad, la mayoría son, bien levantinos, bien, sobre todo, andaluces: dos naturales de la provincia de Valencia, dos de la de Alicante y otro de Murcia, que juntos suponen un 25% del total; y nueve de Andalucía, que aportan nada menos que el 45%. Tenemos, pues, que sólo estas tres regiones españolas son el lugar de origen de 7 de cada diez autores. Pareciera que el sur y el sureste peninsular fueran las tierras más propicias para el genio poético. ¿Hasta qué punto es así? ¿Puede haber habido algún sesgo en la participación, un eco de la convocatoria para esta obra que se debilitaba hacia el norte y oeste de la Península y que no alcanzaba los archipiélagos? Algo así parece indicar que la provincia de Córdoba, de la que son naturales los dos coordinadores de esta antología, aporte, ella sola, hasta tres de los veinte poetas y poetisas. Por tanto, parece razonable suponer que algunas razones puramente logísticas sean parte al menos de la explicación de la sobrerrepresentación de estas latitudes. En cualquier caso, sigue resultando evocadora la hipótesis de que la Bética y el Mediterráneo más meridional sean lugares particularmente fértiles para las musas. Algo que no desentona, por cierto, con la elevada presencia de andaluces en otras promociones literarias, cual la de García Lorca, Cernuda y Aleixandre.

Independientemente de su procedencia geográfica, las obras seleccionadas de estos autores comparten unos rasgos formales y un mismo sentir. Domina el verso libre, sin rima, sin ritmo, en algunos casos muy extenso, en otros más breve. Esta misma emancipación se aprecia en el contenido de los poemas: una libertad en exceso solitaria, cargada de fragilidad, inseguridad, rebeldía a ratos, y un poso melancólico y culpable. Es, sin duda, la expresión de nuestra época y sociedad: aislados seres epígonos, lazos familiares periclitados, previsión de un mañana sombrío y toma de conciencia del veneno que era el caramelo del individualismo inmoderado. Es el presente congelado, sin visos de progreso, de mejora, que expresa Luis Amézaga, uno de los poetas antologados, al escribir que él y una araña que ha quedado suspendida en el aire, colgada de un hilo, se miran «como si compartiéramos destino»; una estasis que, según Antonio Palacios, tiene de «terrible» que sólo puede superarse con «hermosas mentiras». Es el resentimiento acumulado que logra verbalizar Pilar Cámara, cuando concluye que «la verdad está en el silencio del agua, / la furia callada». Es, también, la rendición del alma en la que, según Francisco Javier Gallego, se cae cada noche, cuando «alguien celebrará el amor / y alguien mirará unas pastillas / con la serenidad de cerrar todas las puertas». Y es, en fin, nuestro insuperable nihilismo, cuando, en palabras de Julia Navas, todas nuestras expectativas para después de habernos ido se reducen a algo tan negativo como el miedo, el terror de «no permanecer, aunque sea en el bolsillo / de quienes alguna vez te han amado».

Esta antología, a la vez que nos ofrece una selección de la imprescindible clase media de los poetas españoles de las últimas décadas, tiene, además, la virtud de ponernos ante el espejo. El escepticismo nos enseña que nada es sólido ni duradero. La decadencia que nos embarga también acabará. Entretanto, esfuerzos colectivos como este ayudan, con el estímulo y el ejemplo, a mantener el celo creativo. Es una forma de seguir luchando. Incluso en estos tiempos, el tesoro de Pandora sigue entre nosotros.


José Manuel Valle Porras (Cabra, Córdoba. 1980). Licenciado en Historia (2002) y doctor (2017) por la Universidad de Córdoba. Es profesor de Secundaria y especialista en heráldica de la Edad Moderna. Ha publicado El rumor de las piedras (2009), Ennoblecimiento y usurpación de armerías durante la Edad Moderna. El caso de Lucena (Córdoba), V Premio Nacional de Investigación en Historia, Patrimonio Documental y Archivos «Antonio García Rodríguez», y una serie de reseñas con el título de Tras el oro del Rin. La imagen de Alemania en los viajeros españoles (1842–1920). Fue impulsor de la revista Saigón en sus inicios, publicando de manera habitual en sus páginas reseñas literarias en la sección «Una biblioteca en la Conchinchina».

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