SOPITAS CON HUEVO

Lengua partida
UAMex,
2021, 83 pp.
Creo que lo primero que aprendí a cocinar fue huevos con salchicha —winnie, como decimos en el norte de México—. Mamá rara vez nos hacía desayuno, y mi hermana mayor, Bere, y yo rápido nos cansamos de confleis —Chokokrispis, específicamente— y malteadas antes de ir a la escuela. Tendría unos nueve o diez años la primera vez que encendí sola la estufa, partí unos winnies y los puse a dorar en un sartén con poco aceite para después echarles encima un huevo directo del cascarón. Debo añadir que aquello se debió a una situación particular: mi hermana menor y yo estábamos solas en casa, eran casi las diez de la mañana y las dos teníamos hambre. A diferencia de Bere y yo, ella no se conformaba con cereal y leche, y, por otro lado, yo tenía muchas ganas de usar la estufa y encontré el pretexto perfecto: mi hermanita tenía hambre y yo era la única persona adulta en casa.
Para esa edad —nueve o diez años— ya sabía servirme cereal, prepararme un sándwich o una ensalada de atún, hacerme un licuado o malteada, incluso unas quesadillas. Pero esta última acción, que sí requiere del calor, del fuego, siempre la realizaba bajo la supervisión de un adulto, mi papá la mayoría de las veces. Se suponía que no debía encender la estufa yo sola, era pequeña, pero yo quería demostrar que ya era capaz de hacer cosas de adultos y cocinar —con fuego, claro, porque, cuando hablamos de cocinar, entendemos que el calor interviene en el proceso—. Preparar ese huevo con winnie sin ayuda de nadie fue la bienvenida a una nueva etapa de mi vida: demostré que ya no era una niña.
Leer a Ismene Venegas (Ensenada, Baja California, 1977) me hace recordar mi muy corta experiencia en la cocina. Ismene es egresada de la Universidad del Claustro de Sor Juana, estudió Gastronomía después de estar a punto de terminar la licenciatura en Matemáticas en la UNAM. Creo que para ese momento no se imaginó que quince años después entraría de nuevo a una Facultad de Ciencias, pero ahora para estudiar una maestría. Ni que, al mismo tiempo, publicaría su primer libro literario Lengua partida (UAMex, 2021).
Cocinar nos hace humanos. No lo digo yo, lo dicen los antropólogos. La primera vez que escuché eso iba en la preparatoria, tenía diecisiete años y la maestra nos explicó cómo cocinar la carne, hace miles de años, permitió que se desarrollara el cerebro. Por eso el fuego es el gran descubrimiento de a humanidad. Por eso los dioses estaban tan enojados con Prometeo. Cocinar nos aleja del resto de los animales y nos acerca al Olimpo. Ninguna otra especie lo hace, solo nosotros. Si dejamos de cocinar, nos alejamos de lo que nos diferencia del resto, perdemos nuestra humanidad porque cocinar nos acerca a la naturaleza —¿qué es la naturaleza sino un paraíso, el cielo en la tierra?—. Ismene tiene esto muy claro; además de cocinera, Venegas es una gran promotora de las plantas nativas de su localidad. Tiene un profundo respeto por el ecosistema, por la tierra, el mar, el viento. Es una mujer sensible a estos procesos básicos que cada vez quedan más relegados por el sistema en el que vivimos. En su primera publicación, Plantas nativas comestibles de Baja California (Culinary Art School, 2018), en coautoría con Paula Pijoan, va de eso, de su acercamiento con esta ciudad que la vio nacer y crecer. Ese cerro que nos describe una y otra vez, de varias maneras posibles, a través de Lengua partida. Cocinar nos acerca, también, con nuestro pasado.
La escritura de Ismene Venegas es contemplativa, nostálgica y serena. Lengua partida se compone de diez textos que oscilan entre la crónica y el ensayo, estos géneros híbridos tan populares en la no ficción que recuperan una voz narrativa y una voz ensayística del autor en un mismo escrito. A lo largo del libro, Venegas nos habla de su infancia, de la relación con su madre y de la enfermedad de su padre, lo anterior envuelto por la experiencia culinaria. Nos da recetas, tips, datos y recomendaciones de primera mano. Su escritura es orgánica, es como escucharla hablar mientras caminas con ella por el sendero de la Lengüeta Arenosa en la punta del Estero Beach, o por el Cañón de Doña Petra, la Lagunita del Ciprés o cualquier otro espacio de su natal Ensenada, este municipio costero que hasta hace muy poco era el más grande del mundo.
Lengua partida no es un proyecto de libro como a los que estamos acostumbrados en estos tiempos de becas y premios. Ismene no creó un esqueleto, no se tomó un año para investigar y otro para escribir; no, Lengua partida es el resultado de una vida de investigación y experiencia, de años de introspección, de acercarse a su hogar, a su padre, a sus duelos, a la pérdida y al dolor desde lo que le apasiona: la cocina, las plantas y sus amistades. Es un proceso que aún no termina y del cual seguramente continuaremos leyendo más adelante.
Es natural que, al hablar de comida, apele al olfato y al gusto en sus descripciones e imágenes, pero no se queda ahí. La música también toma un espacio importante en sus textos, como en The Trill is Gone, donde la composición guía el texto de principio a fin. Pero no solo usa al oído de una forma directa por medio de canciones. Hay otros momentos donde escuchamos una música que envuelve las palabras de Ismene, como en Choro Chowder donde no solo podemos oler la sal der mar que golpea las piedras donde encuentran los mejillones, también podemos escuchar las olas que llegan con fuerza para encontrar ahí la paz por unos instantes antes de que otra ola rompa con su templanza. O los pasos de unas niñas sobre el pasto seco o el andar de una bicicleta o la voz rasposa de su padre. La cocina está llena de sonidos, pero también los recuerdos, y Venegas trae ambos a sus textos más que solo como ambientación.
Jorge Correa describió la escritura de Ismene con la palabra calma. Leerla te calma, te transmite paz. Ismene te envuelve en sus recuerdos y te los muestra con detalles. Ya dicen los estructuralistas franceses que la descripción pone una pausa en la narrativa. A veces, esto se lee como algo negativo y que debemos evitar. Ismene se apropia de las descripciones, nos da esa pausa, pero nos da a cambio tranquilidad repleta de sensaciones e imágenes. Leemos y estamos atentos a la siguiente pausa, al siguiente momento descriptivo, a la siguiente voz ensayística donde nos dé algún dato curioso. Nos demuestra que las descripciones son vitales en la labor literaria. Es un masterclass de imágenes sensoriales.
Además de winnies, rápido aprendí a combinar los huevos con otros ingredientes: chorizo, jamón, verduras, papas y tortillas. Sopitas con huevo, le llaman en mi casa. Esa receta la aprendí de mi abuela paterna. Creo que el nombre es una cosa muy del noroeste mexicano. Mi abuela era de Sinaloa. También me enseñó a echarle pimienta al huevo para que el sabor no fuera tan fuerte. Pero, como ni mi olfato ni mi gusto han sido muy buenos, ni por enterada de que el huevo apesta todos los trastes. Aun así, en Lengua partida pude saborearme la sopa de mejillones, el tepache, el lechón asado, el erizo y los camarones del papá de Ismene; hasta el consomé de pirañas, de Antonio León. Todavía no me decido por el ostión de pollo, tendrá que mostrármelo Ismene misma para creerle.
Karla Michelle Canett (@ArreLaQueBarre).
Junio de 2021.
Lengua partida, de Ismene Venegas, se puede descargar de forma gratuita en formato PDF, dando clic aquí.