El tema del MET Gala de 2019 fue camp. Vimos a Billy Porter con alas, a Jared Leto cargando su propia cabeza, a Ezra Miller con más de dos ojos… y a muchas mujeres heterosexuales con vestidos elegantes sin ningún tipo de personalidad más allá de ser blancas. No offense, yo también soy más aburrida que un vestido de botones color café deslavado que cubre las pantorrillas. Este ensayo de César Ivan Graciano me hizo recordar esa gala, mis años adolescentes en el paraescolar de teatro y la sección Movies That Rock de VIH donde, por supuesto, me tocó ver a Barbra Straisand. Graciano nos lleva por varios elementos de la cultura pop homosexual para comparar con un momento menos convencional en la historia de las sexualidades: la época victoriana. Porque, claro, qué mejor ícono gay que Oscar Wilde.
K.M.C.
Oscar Wilde escucha cabaret
En In and Out, el filme clásico noventero de la homocultura se describe de manera bastante eficiente las complicaciones de que el mundo se dé cuenta que eres homosexual antes que tú. En la película, Howard Brackett, un profesor de secundaria, está comprometido con una compañera de trabajo, Emily, y todo marcha bien hasta que, en la entrega de los Oscar, un exalumno de Brackett agradece en su discurso de aceptación a su antiguo maestro, añadiendo que es gay. A partir de ahí, la película se convierte en una comedia de enredos sobre la sexualidad del maestro.
Hay una escena en particular que usa uno de los clichés de la homosexualidad para darle la vuelta: en la despedida de soltero de Brackett, sus amigos hombres-muy-muy-hombres le llevan, como actividad, Funny Girl de la Streisand, para verla durante la fiesta. Brackett se ofende, y les dice que la mitad del mundo cree que él es un verdadero homosexual por ese tipo de gustos. Sus amigos defienden la elección de Funny Girl porque Brackett les hizo ver toda la filmografía de Barbra: A Star is Born, Yentl y cosas peores.
Como todo cliché, hay mucho de cierto. ¿Cuántos homosexuales no se vuelven locos con la Straisand? Obvio, quienes lo hagan serán, en la actualidad, hombres entrados ya en años, veteranos de la escena del bareback y el cruising. Pero el modelo se repite con cada diva que sea cantante y actriz: la ganadora del Oscar Cher o la ganadora del Oscar Lady Gaga.
Hay un largo y profundo amasiato entre el teatro, el teatro musical para ser más específicos (o el “musical” como género de la existencia en el arte: el teatro, el cine, la música), y la cultura homosexual o los homosexuales. Quizá no hay mucho qué pensar, y todos los hombres amanerados, de una manera u otra han querido ser Barbra Straisand en Funny Girl o sentir que le pueden cantar a Kris Kristofferson “You and I will make each night a first / Every day a beginning / Spirits rise and their dance is unrehearsed”, como la estrella naciente que todos quieren ser. Y brillar. No importa si se es Straisand, Judy Garland, Janet Gaynor o Lady Gaga (y sí, cuando sea momento y los homosexuales más jóvenes necesiten una nueva versión de la estrella pop en camino a volverse lo más brillante del firmamento, habrá otra versión de A Star is Born).
Existe una taxonomía no terminada por la sociología de la homosexualidad. Es un cliché el gusto de los homosexuales por los musicales, pero es el cliché de un tipo específico de homosexual: este hombre culto sin ser intelectual, con amaneramientos que no son tan visibles, de cierta edad y con mucha sensibilidad, que nunca se piensa como John Travolta sino que siempre quiere ser esa Olivia Newtow-John perdidamente devota a su amor al chico malo. Algo así como Jack, de Will and Grace.
Como existe este homosexual entusiasta de los musicales, existen otros, desde los que pusieron en un altar al circuit y postraron como nuevos dioses al popper, así como otros que prefieren el pop a lo Britney Spears, sin olvidar que, entre los mexicanos y latinos, existirá aquel que está al pie del cañón para defender las “canciones de señora”: Dulce, Marisela y Rocío Dúrcal.
No me interesa tanto crear una taxonomía nueva y precisa de la homosexualidad, no es menester de un ensayo crear nuevas reglas de vida, sino que el cliché del gay musical me interesa, no por cuestionar la moralidad de la burla, sino por lo preciso que puede llegar a ser.
Lo heterosexuales suelen ser tan esquemáticos como se nos pinta a los homosexuales: esos amantes de la cerveza fría, la tele fuerte y los homosexuales locas locas. Que todos los hombres sean en gran medida la repetición del otro, autos, futbol y cerveza, no elimina lo ajustado que podemos estar a ser un tipo de homosexual.
El musical, como arte escénico, nace de la combinación de fuentes como la ópera, el vodevil y el género burlesco. Nacido en Estados Unidos en 1866, encarnó en gran medida una oportunidad: usar la música como instrumento de transmisión de mensajes, para superar la barrera del lenguaje. Asentado en Nueva York, tierra de inmigrantes desde su fundación (al menos como ciudad, pero no vamos a entrar en discusiones etnográficas ni geopolíticas), el musical comenzó a tener éxito, incluso fuera de Broadway, llegando a Hollywood y postrándose como un género cinematográfico de éxito.
Los homosexuales, siempre integrados a las artes de una manera u otra, fueron parte del auge del género. Además, la atracción era más que obvia: los musicales tienen una propensión casi innata a lo kitsch, el que pareciera ser el género de arte favorito de lo LGBT, así como una visión natural de lo camp sobre lo que sucede en el escenario: Cats, por ejemplo de todo lo kitsch y camp aplicado al teatro, así como la mezcla con la cultura más establecida (el libreto está escrito basado en un puñado de poemas infantiles de T. S. Elliot).
Susan Sontag, la principal teórica de lo camp, lo define como “una manera de mirar al mundo como fenómeno estético. Esta manera, la manera camp, no se establece en términos de belleza, sino en grado de artificio, de estilización”, y como ejemplos nos pone una lámpara Tiffany o El Lago de los Cisnes.
Una lámpara Tiffany, con todos sus colores y su forma tan inusualmente esforzada, son un adorno completamente camp; del mismo modo El Lago de los Cisnes es, además de un esfuerzo artístico, una pieza de arte completamente cursi y desaforada.
Ese fino enlace, la unión de una lámpara kitch con el vals del primer acto de El Lago de los Cisnes, define, de manera menos maquinal, a los musicales.
Maestro de la mirada camp sobre las cosas, dandy primigenio, Oscar Wilde es, en gran medida, quien asienta la idea más común sobre el homosexual camp, elegante, satírico y padre primegnio de bufar a la gente (para más información de esto, se pueden leer fragmentos de su juicio por inmoralidad). Wilde, de haber conocido el drag, probablemente habría ganado RuPaul Drag Race (a lo Bianca del Río), pero en sus tiempos el travestimos estaba reservado para interpretar a Ofelia en Hamlet.
Como epítome del dandy según el profesor Paolo Zanotti, la figura de Wilde, que a finales del siglo XIX era una de las más reconocidas y renombradas de Inglaterra, se prestó para la burla y el escarnio. Entre el escándalo y la celebración pública, el escritor logró posicionar su obra, sobre todo el teatro, entre lo más destacado de las carteleras londinenses, sin que esto quitara las caricaturas donde se le pone como un hombre grotesco y sumamente afeminado (el caso de Novo en México solo sería una tropicalización de lo vivido por Oscar, pero con un final más triunfalista).
Paolo Zanotti en “Gay: la identidad homosexual de platón a Marlene Dietrich” analiza la figura del dandy, un prototipo de homosexual europeo, cuyo gusto y cuerpo se alejaría de la tradición de lo que se consideraba un hombre. Figuras contrapuestas: Wilde era un afeminado al lado de las figuras de otros escritores coetáneos de él, como Balzac o Gautier. El cuerpo de Oscar, el cual no solo era, sino que portaba, lo distanciaba y lo hacía más elegante a la postre que menos masculino.
Podríamos comparar al escritor de fines de siglo XIX con el noventero Howard Brackett por una sencilla razón: todos sabían que eran homosexuales menos ellos mismos. Me explico: en “In and Out” el conflicto se centra en el descubrimiento de Brackett de su propia sexualidad mientras está comprometido a casarse; por su parte, Wilde terminaría en la miseria por un juicio en el que se le acusaba de atentados contra la moral, pero sobre todo por acostarse con el hijo de un sir. Wilde, un hombre casado, con hijos, y respetado en la medida que su feminidad se lo permitía, terminó sus días poco tiempo después de salir de la cárcel, por ser, ante el carácter de la época, un pervertido y sobre todo un pervertidor. Si bien el juicio no era contra su homosexualidad, sino contra la muestra de esta, no creo que en la sociedad inglesa de 1890 se dudara de los manerismo del escritor, ¿quién dudaría de la homosexualidad de un autor que firma artículos de moda (sobre el vestido femenino o la forma de un traje por poner un ejemplo)?
Si Wilde fuese un hombre moderno sería escritor, sin duda alguna. Escribiría teatro musical, posiblemente; sería amigo de Andrew Lloyd Webber y Elton John, tendría un estudio en Nueva York o San Francisco con una lampara Tiffany, y ya habría escrito el prólogo de las memorias de Cher. Nadie habría dudado en ningún momento de su homosexualidad, y habría encontrado a su Alfred Douglas en algún efebo con intenciones de ser poeta.
Si Wilde fuera un hombre moderno, no dudo ni un momento en que sería un adicto a los musicales. Quizá ya habría escrito uno para Hollywood, igual él habría firmado Avenida Q o Dear Evan Hansen.
En un ejercicio de imaginación, pienso en Wilde sentado en un sillón de estilo victoriano, copa en mano (una bebida preparada), mientras de fondo suena Maybe This Time, de Liza Minnelli, mientras canturrea para sí mismo “Maybe this time, I’ll be lucky”.
César Iván Graciano (Ciudad Juárez, 1994). Ganador del premio Voces al Sol 2016 de la UACJ en la categoría de cuento y del Premio Estatal de Literatura Joven 2020 en Ensayo. Obtuvo menciones honoríficas en los premios Letras en la Frontera 2017 y Rogelio Treviño de Poesía Joven 2017. Publicó Cuentos únicos y secundarios (UACJ, 2017) y Arquetipos (Anverso, 2019), su trabajo aparece antologado en «Paso del Norte: antología de narrativa joven de Ciudad Juárez” (Editorial Paroxismo, 2015) y “Estos últimos años en Ciudad Juárez” (Brown Buffalo Press, 2020). Becario del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) 2019 de Chihuahua en Cuento.