Reseña: Línea Nigra // Jazmina Barrera

Algunos piensos sobre maternidad, Línea nigra y clase

Jazmina Barrera
Línea nigra
Almadía,
2020, 168 pp.

Mi madre siempre me ha dicho que la maternidad es bastante horrible; específicamente, el parto. Tuvo tres hijas: Berenice, la mayor, a los veintitrés; Michelle —yo—, a los veintisiete, y Brenda, a los treinta y tres. Los dos primeros partos fueron naturales, y se alivió —sí, aliviarse, porque para muchas estar embarazadas se siente como estar enfermas, aunque no es como que el posparto sea la gloria, pero sí las secuelas de esa enfermedad que, en ocasiones, resultan peores que la enfermedad misma— en hospitales públicos; el último parto fue una cesárea en una clínica privada donde también le practicaron una salpingo —ligadura de trompas. Mamá no es la única que me ha advertido del parto: mis tías me lo confirman cada que sale el tema. Y mis abuelas. En realidad, todas las miembras de mi familia me lo han dicho sin tapujos: el parto es horrible. Es largo, doloroso, escatológico. Parir es romperse a la mitad, desgarrarse el cuerpo, fragmentarse entre la tortura y el suplicio. Quieres que culmine lo más rápido posible, pero, a su término, comienza oficialmente la maternidad. Y esta, según me cuenta mi madre, puede ser incluso más dolorosa que el parto mismo: es constante, perpetuo, nunca se va del todo, permanece como las gotas de lluvia que caen en el mar y se mezclan con el océano y resulta imposible diferenciarlas. Esas gotas de lluvia son la maternidad y ese océano es la mujer que las recibe como tortura medieval de la que no se puede escapar. Mamá me aconseja que me piense bien eso de ser madre porque es hermoso, sí, pero la belleza no está peleada con el dolor y el sufrimiento.

En una posición completamente ajena a mi experiencia y mis saberes compartidos, se encuentra Línea nigra (Almadía, 2020), obra de Jazmina Barrera (CDMX, 1988). Un libro con tintes de diario, ensayo y novela que la autora comenzó a escribir al inicio de su embarazo y que culmina con el destete del menor. Se divide en cuatro momentos: I. Imagen embarazada, II. Línea nigra, III. Algunas noches blancas y IV. El árbol de nuestra carne. Durante el ensayo-novela, Jazmina nos presenta a su esposo, Alejandro, y a su madre, a la par que a otras amigas y personajes que entran y salen de la trama, como el médico que atiende su embarazo. Hace una selección de momentos, frases, reflexiones breves y notas para narrarnos esos meses de su vida que se ven atravesados no solo por el embarazo y el nacimiento de su hijo, sino también por catástrofes naturales, enfermedad y una beca. Es, lo que llaman, escritura fragmentaria. La prosa de Barrera es impecable, tiene un buen ritmo y los momentos ensayísticos son bien articulados con la trama. Sin embargo, la parte narrativa, si bien es limpia, no termina de construirse por completo.

Por mi parte, el libro se puede dividir de la siguiente manera: lo que aporta a la trama o la voz narrativa de la autora (el hilo conductor del texto), los ensayos o la voz ensayística (los cuales aparecen sobre todo a partir del segundo momento) y las notas varias que intercala entre una y otra voz. Considero ensayos cuando se detiene a hablar de pintoras, fotógrafas, sus obras, la historia detrás de estas. Pasa por Frida Kahlo, Paula Modersohn-Becker o la modelo Luz Jiménez. En las notas, la información y los temas son más variados. Semillas que podrían convertirse en un ensayo, en una narración más extensa sobre un momento de su experiencia en la maternidad, pero que decide dejar ahí, breve, esperando que el lector descifre las conexiones y la reflexión que hace ella detrás de estas. Ella no tiene tiempo de mostrarlas: ahora tiene un hijo.

Hace unas semanas vi la película de Fragmentos de una mujer (2020), protagonizada por Vanessa Kirby y dirigida por Kornél Mundruczó —sí, un hombre. El film nos cuenta la historia de una pareja de Boston, Martha y Sean, que pierde a su bebé a los instantes de nacer: una muerte perinatal. Se centran en Martha, su duelo, su proceso tras haber sostenido en sus brazos a la pequeña viva para, minutos después, encontrarse con su deceso. El plano secuencia es impresionante: dura más de veinte minutos y, según mencionan parteras, es muy apegado a la realidad. Esa escena y otra de violencia sexual —que recomiendo tomar con discreción por la rudeza— son desgarradoras por la cotidianidad que hay en ellas. Kirby y el asqueroso de Shia LaBeouf son espectaculares en ambos momentos. No soy madre, nunca he estado embarazada, sin embargo, deseo serlo y, tal vez por ello —más su excelente actuación—, logré sentir con el personaje. Fuera de eso, del deseo de ser madre, del sentimiento de pérdida y duelo que en algún momento he vivido, tengo poco en común con la protagonista y lo que la atraviesa como mujer, pero esa distancia no impidió que me conmoviera y estrujara el pecho con su interpretación. Situación que, por ejemplo, no se dio con la obra de Barrera.

En la primera sección del libro Imagen embarazada, se marca una distancia entre la concepción de la maternidad, el embarazo y el parto que tiene Barrera —aunque se mantiene en el resto del texto, es aquí donde es más evidente—, y mis referentes respecto a estos. El contexto en el que se desenvuelve la autora, su historia familiar, su formación y demás elementos que nos presenta son distintos a los que conozco, y en ningún momento logré conectar con su tono. Los momentos narrativos, lo que aporta a la trama son seleccionados a partir de una imagen muy clara sobre lo que es para la autora la maternidad, lo que quiere mostrarnos sobre su experiencia en ella. En esa selección, no encuentro a mis referentes —a mi madre, a mis tías, a mis abuelas, a mis amigas. Y, por lo tanto, no me resulta verosímil. No se trata de anular la experiencia de la autora, pero es una experiencia particular bastante lejana a las que me rodean. Se percibe una paz y tranquilidad a lo largo del texto, una especie de control completo sobre sus emociones, que no logro ubicar en ningún relato de maternidad que conozca. Y eso me perturba. ¿Dónde queda la frustración? ¿La rabia? ¿La desesperación e incertidumbre de estar frente a algo desconocido?

Hay dos instantes de la línea narrativa del presente de la trama que nos acercan a la autora y que suponen dos momentos de flexión: el cáncer y el terremoto. También aportan a esto los recuerdos de su abuela y las historias familiares. Pero el resto, sobre todo las primeras páginas, resulta un lugar común sobre el embarazo. Me preocupa que ese discurso sobre ser madre sea el que permee el mercado editorial y se venda como lo real, lo honesto, lo que no se ha dicho/escrito respecto a estos temas. ¿No dicho por quienes? ¿No dicho a quienes? Porque, como ya mencioné, la experiencia de Barrera es particular, y se convierte en un retrato sobre lo que es ser madre o, específicamente, lo que es ser una madre escritora. Ninguna de las mujeres que conozco que escriben y/o son madres se acercan a ese retrato. ¿Qué situaciones omite la autora —o cuáles están de más— para mantener esa imagen que quiere mostrarnos sobre la maternidad que levantan un muro que me impide conectar?

Línea nigra es, pues, un relato pudoroso sobre la maternidad, un recorrido por la experiencia de embarazo, parto y lactancia de Jazmina Barrera, recorrido por el cual nos presenta sus lecturas, experiencias y recuerdos que atraviesan esta etapa, pero que resulta ajeno al explorar y arriesgarse con el tema y la profundidad del mismo. Es un diálogo —como todo buen ensayo— entre escritoras y creadoras, entre las mujeres de su familia y sus amigas, entre ella misma con lo anterior. Maternar desde una posición de clase social y cultural privilegiada no equivale a una caminata por la pradera la tarde de un 26 de abril, también tiene sus bemoles que pueden rastrearse sin que la experiencia de criar sea siempre una tragedia.

Karla Michelle Canett (@ArreLaQueBarre).
Abril de 2021
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