Este taller se ofertó de manera gratuita a través de las redes sociales de la Central de Cultura Compartida y la Librería Submarino, de Querétaro. Aquí le dimos lectura a algunos poemas de poetas como Adriana Ventura, Sara Uribe, Warsan Shire, Yoko Ono, entre otras, que exploran el concepto de la casa y el hogar. También hicimos ejercicios para viajar a la casa de la infancia y reconocer aquellos espacios que seguimos habitando en nuestro inconsciente. Es en estos lugares donde podemos nombrarnos y nombrar a quienes nos acompañaron y cuidaron. Estoy muy agradecida con todas las personas que se involucraron y abrieron las puertas de sus casas para mostrar un pedacito de lo que son. Esta muestra me llena de emoción por su calidad poética y la fuerza de intimidad que contienen. Espero que les guste.
Iveth Luna Flores
casas que enferman a sus habitantes
Se sabe que tener casa es mejor
que vivir a la intemperie,
pero hay casas que enferman a sus habitantes,
los enjaulan.
Ahí las plantas se secan,
no entra suficiente luz
por las ventanas
y hace frío.
Allí sus habitantes se sienten aislados,
se quedan sin habla
y duermen más de diez horas al día.
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casas donde no caben sus habitantes
Hay casas que son como macetas
en las que ya no caben
sus habitantes,
allí no se puede crecer
más que sacando los brotes
por las aberturas de las puertas,
y no es posible estar en ellas
sin desear mudarse.
.
casas en obra negra
La casa de mis padres
tiene más de diez años
en obra negra
y no se parece ya al plano original.
Mi vida tampoco se asemeja al plano:
a veces me tropiezo con los escombros
de las paredes que derrumbé.
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Ana Karina Guzmán Bucio
***
Casa que soy
¿Quién necesita un incendio para reparar en la pérdida? Soy mi casa, me habito. Me sé de memoria sus rincones, los espacios secretos y visibles, donde se esconde el polvo y se ocultan las penas. Soy mi casa, como abrir sus anaqueles, al despertar reconozco el peso de mi cuerpo. Mis pulmones son esa cavidad que resguarda suspiros, llantos, carcajadas, voces y secretos, como las cajas que almacenan libros, atados de ropa y sábanas de hebras fantasmales. Soy mi casa, esa que es todas y ninguna. La que reverbera sabores nocturnos, perfumes y fermentos, ecos y sorderas. Soy mi casa de la infancia, la de pasillos largos, la de balcones con relámpagos y moscas, donde la sombra de mi madre nunca volvió. Por eso la busco en todas las casas, en las que soy y revivo, en esa plétora de soles que rebasan las ventanas, en las tolvaneras que azotaron necias todas mis puertas. Soy la casa toda y ninguna, principio y fin, silencio y fiesta, fuego imaginario que pulverizó los objetos olvidados.
Rosa Espinoza
***
desdibujarse
uno. Soy un personaje secundario. Observo con la luz apagada la ficción que fue mi infancia. La memoria está ligada a la casa de los abuelos. Pero la casa de los abuelos también fue mi casa. Hogar: pies descalzos y apapachos.
dos. Con palma de guano mis abuelos mandaron a construir una palapa al fondo de la casa. A un lado, el gallinero. Un sueño de 32 m2 en medio de la ciudad. Sillas de la coca cola, mesas de la cerveza sol y una hamaca colgada.
tres. Hay una fotografía. La palapa como escenario. Yo a los diez años, con dos trenzas y con la falda del uniforme apretando mi estómago. Yo en medio de mis abuelos. Yo con los ojos llorosos.
cuatro. Otro recuerdo. Yo con trece años llegando de la escuela. Tomando la siesta en la hamaca. De fondo, el olor a pollo en adobo y el hablar quedito de mis abuelos.
cinco. Mis recuerdos más felices fueron en esa palapa. Cuando decidieron vender la casa, lloré. Abuela ya no podía seguir limpiando, ni la palapa ni la casa.
seis. La casa empezó a desdibujarse. Era azul y dejó de serlo. Fue mi hogar y dejó de serlo.
siete. Hace poco pasé por la casa, ahora es verde. Espero que la palapa siga ahí.
ocho. Abuelo murió en agosto. Su último hogar fue una casa que no era suya.
nueve. Abuela dice que ahora puedo vivir encima de su panza.
diez. Hogar: abuela.
Margarita Isabel Vázquez Castillo
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Aljibe
En sueños me digo que quiero volver
regresar a su pueblo como si fuera mío
como si nunca se hubiera ido
como tomar su lugar y volverme
al lugar que ella nunca volvería
que nunca volvió
esperar a que sea Semana Santa o vacaciones
[de agosto para ver a tías
esperar en la Tapo con ella y mis hermanas a
[que salga el AU con destino al Seco llegar de noche
[y bajar a casa de tías en plena oscuridad
como descender a los sueños
dormir
al otro día asomarnos al aljibe de la casa de Petra
[y Ángela
buscar nuestro rostro ondulante en el agua verdosa
allá éramos nosotras y tú
y me pregunto quién eres
quién eres y por qué no volviste madre
por qué un día el boleto a los Ángeles California
[no tuvo regreso
y yo quiero regresar
regresar por ella y por tías
a veces creo que está escondida en el aljibe
a veces creo que sigue entre las raíces de capulín
donde guardaron su ombligo su origen
que no es quien viene cada dos años
y percibo un vaivén de dudas para verme
que no es quien viene y forma ríos entre nosotras
mares desiertos tempestades
lluvias de arena que nos atraviesan
lava que me quema
soy la niña que no ha logrado salir de oriente 9 sur 12
soy yo quien vive atrapada en el aljibe
soy yo quien está en el fondo esperando a que vuelvas
quemándome entre polvo musgo y niebla
quemándome en desapariciones y apariciones
en todas las casas que hemos vivido
soy un fantasma de mí misma
soy el fantasma de Tracia 49 de Oriente 9 Sur 12
me convertí en fantasma esperando a que volvieras
Diana Campos
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Autotomía
Cuando digo que crecí en una isla
la gente me mira con rareza
como si un barrio de una ciudad insondable
no fuera también una isla,
una masa en medio de un cuerpo cenizo y borrascoso
que no es mar abierto sino golfo.
Cuando digo que crecí en una isla
hablo de mi casa inundada,
de mi madre sacando el agua a cubetazos,
mientras yo permanecía en la cama
―una ínsula propia―
rodeada de agua por todos lados
aplastando ranas apenas renacuajos
tiñendo de rojo las sábanas húmedas.
Cuando digo que crecí en una isla
quiero decir que lo hice sola
admirando desde mi ventana a la iguana que tomaba
[el sol
con su cresta de lagarto arcaico, con su cola perpetua.
Autotomía es la palabra que designa
la capacidad de regeneración de los reptiles,
eso que les permite desprenderse de sus partes
[no vitales
para sobrevivir.
Cuando digo que crecí en una isla,
quiero decir que ahora vivo en una ciudad donde el
[agua escasea,
en el centro de un cuerpo cenizo y borrascoso
que no es golfo sino abismo
donde ya no veo iguanas en mi ventana
porque ahora sobrevivo sin el mar.
Michelle Monter
***
Las cosas que guardamos sin querer
Una casa puede contener tantas cosas como el universo.
[Puede contener, por ejemplo, sueños, y algunos momentos
[repitiéndose una y otra vez como ecos.
La caja me encontró mientras yo buscaba otra cosa,
algo que no recuerdo.
La abrí con cuidado.
Desde adentro esa otra
se asomó y me observó asustada.
Los mismos ojos enormes y tristes de siempre.
Aquí está el cenicero que tenía en la mesita de noche.
Ahora no soporto el olor a humo de cigarro.
Una caja de latón con las pastillas para ahuyentar
[fantasmas
y que nunca me pude tomar.
La sensación de estar perdida todo el tiempo.
El miedo a salir del cuarto.
La aversión a la luz, al exterior, a las personas.
El sentimiento de estar cayendo sin llegar a tocar
[el fondo.
Mi primer mazo de tarot.
El día que me di cuenta que ya no ibas a volver.
Los bolsillos vacíos.
El estómago vacío.
Los ojos vacíos.
Todo esto iba a estar guardado en alguna caja
mientras soy otra y otra y otra siempre.
En alguna vida, en algún tiempo, en algún sitio
[del rincón
donde están las cosas que guardamos sin querer.
Martha Patricia Maltos Ozuna
***
Museo de clavos
¿Qué significa la palabra casa? ¿Yo lo era? Las personas podemos ser casas o qué es esto que llamamos cuerpo sino un piso amueblado con manchas en las paredes y un techo que no deja pasar la lluvia.
Por las noches, antes de dormir, miraba las paredes de una casa gris que nunca adorné. Llamé casa al espacio de ocho metros cuadrados donde había dos camas aunque solo una tenía sábanas, de dos escritorios aunque solo uno se ocupara y de una sola lámpara.
¿Por qué llamar casa a un espacio tan pequeño y tan vacío? ¿Qué debe contener una casa? ¿Muebles o solo recuerdos? ¿Cuadros o habitantes? ¿Cuánto tiempo necesitas estar en ella para llamarla casa? A ti te nombré casa a pesar de que me inundaste, me cubriste con tres capas de pintura, tapaste las ventanas, pusiste un cerrojo y saliste sin apagar la luz.
¿Las casas abandonadas también se llaman casas? ¿Los fantasmas son sus habitantes? ¿Qué pasa cuando se pierden en el tiempo, cuando no hay visitantes, ni cenas de domingo, cuando las hormigas arrastran los pedazos de pared?
La casa en la que yo viví 351 días solo se componía de mí y las maletas que cambiaban de equipaje cada dos semanas. Además de mí, a ese lugar solo entró la arrendadora, quien me abrió la puerta el día uno. Las casas son refugios, prisiones, sanatorios, hospitales, salones de juego, discotecas, templos. Las casas, como el tornasol, cambian con la luz.
Te quise y me demoliste, construiste un edificio sin cimientos, nunca limpiaste los escombros. Amueblaste sobre el polvo y luego quisiste soplar. Querías eliminar el cascajo, pero tú no barres.
Zaira Oliver
***
Destruída, agarré todo para formar mi propio hogar
A mi abuela Clarita
Supe que tenía que irme el día que partiste,
horas antes.
Me encuentro diluida a lo largo de tu casa,
me he vuelto líquida,
abuela, soy mar, rodeada de islas:
mi taza
mi otra taza
mis semillas
mis pinceles
mi isla de ropa (a)
mi isla de ropa (b)
en tu tierra ausente no hay espacio para mi agua,
para mis cajas.
¿Dónde quepo en digno charco, abuela?
En plena ceguera me guío por instinto,
quiero olvidar las escaleras y el piso,
deseo caerme agua en mis propias arenas.
Me arde el pecho, siento miedo,
el pánico me dice que me voy a morir,
mi fortaleza me dice que estoy expandiendo
el universo y el mar por dentro.
Abuela, quiero irme de tu casa.
Sueño con arenas blancas y un puerto
donde quepan mis especias y que las semillas crezcan,
me duele el nudo de mi garganta
me arde la libertad en puerta.
Deseo una cama,
una puerta,
una planta,
que no tengan que ser islas.
Deseo olear, abuela,
sin pensar en chocar
con las paredes
de tu casa herida.
Me arde la libertad, abuela,
me quiero ir a encontrar
lo que llevo en el pecho creciendo.
Clara Isabel Meraz