Sacrificios y monstruos de piedra: En recuerdo de la lenta fiera de César Bringas
En su célebre estudio sobre el sacrificio humano, La violencia y lo sagrado¸ René Girard advierte que la función del sacrificio humano es la cohesión social, el desvío de una violencia que puede implicar el final de un determinado grupo. Citándolo:
El propósito del sacrificio es restaurar la harmonía comunitaria, reforzar el tejido social. Todo lo demás deriva de eso. Si adoptamos este enfoque fundamental para analizar el sacrificio, escogiendo el camino que nos abre la violencia, podemos ver que no hay ningún aspecto de la existencia humana que sea ajeno al tema, ni siquiera el bienestar material. Cuando los hombres ya no viven en harmonía el uno con el otro, seguro que el sol aún brilla y todavía cae la lluvia, pero los plantíos están peor atendidos y las cosechas son más pobres.

¿Cómo se articula este rito entre nosotros? Hay cuerpos subalternos, lo suficientemente “humanos” para ser dichos como tal, pero no tanto como para que se les vea como más que un insumo. Se siente la sensación funesta de un cuerpo en el que se cumulan todas las violencias. Ni siquiera el suicidio parece ser una opción. La violencia sólo se apaga con violencia, pero una más tierna, más difusa, más devastadora. En recuerdo de la lenta fiera (Crisálida, 2020), el más reciente trabajo poético de César Bringas, nos delinea una geografía de la miseria, el sacrificio y una extraña pero poderosa ternura que resurge en un páramo de violencia doméstica, corrupción policial y fruta podrida.
A partir del caso de Elvira Luz Cruz, mejor conocida como “la fiera del Ajusco” Bringas articula un complejo registro documental donde va conectando los pasos descubiertos a partir de una extensa investigación hemerográfica. Una mujer que mata a sus pequeños hijos, un caso que a primera vista excita una reacción condenatoria visceral, adquiere matices complicados en los que, desde una perspectiva justa con Liz, se puede ver la complicidad de una sociedad y de un Estado que la empuja a realizar lo inenarrable. Encarcelada en una red violencia que le encierra en una casa a merced de su marido y su suegra, hay en todo momento actuando una serie de pactos siniestros entre vecinos y autoridades para encasquetarle un destino trágico. Como si el cuerpo de luz, debilitado de hambre y de golpes, estuviera destinado a sucumbir en favor de toda una comunidad:
Hijos, sí,
para el sufrimiento
el hambre,
la angustia,
para la destrucción,
para la muerte
todo
para la muerte
para ese fin.
La sencillez cálida del lenguaje de Bringas confecciona una poesía altamente explícita, donde el registro periodístico adquiere las bondades poéticas para expresar esa sensación de inevitabilidad que rodea a Luz. Una víctima de sacrificio que carga en ella la agresión y la ira acumulada en un México donde los cuerpos humanos pasaban a abstraerse para formar parte de los ritos econométricos del capitalismo tardío. Siendo mujer y pobre, su voz se desdibuja ante narrativas mediáticas que invisibilizan su dolor. César Bringas, en este lenguaje flexible abre la ventana a un rito donde no se juega con óleos o mirra, sino con la miseria y el incienso de la fruta podrida.
En recuerdo de la lenta fiera es un libro que me envuelve en una desazón que subvierte el deseo de amar y ser amado. Este motivo de amor pasional y filial se corrompe también con las situaciones materiales. una dialéctica carnívora en la que el afecto sólo puede expresarse mediante la violencia. El sacrificio también se vuelve un acto de amor, una posibilidad ya ni siquiera de trascendencia, sino una válvula de escape.
¿y el amor?
el amor no duele así duele, pero diferente
aquí confundieron el amor con el cólera
¿quién limpiará este estropicio?
-Esto es algo que es como la sed.
Si bien, el texto también señala la ambigüedad jurídica en la que se movió el caso y la posibilidad de que Nicolás Soto Cruz, el mismo energúmeno que tanto tiempo violentó a Luz, fuera el asesino de los niños, el hecho en sí se presenta como una aporía, un momento que rebasa toda narración y hasta la estructura del verso. Un momento en el que, paradójicamente, el poeta le da una agencia narrativa a Elvira perdida en el ruido periodístico: la posibilidad de enfrentarse a lo inenarrable, al momento en el que el lenguaje se volvió inservible. El momento de incomprensión cosmogónica que, volviendo a Girard, es inherente al rito del sacrificio:
¿Es usted la madre? Preguntaron. Sí, respondió. Luego le hicieron firmar unos papeles.
De ahí se la llevaron en una patrulla a la procuraduría.
En la parte delantera Eduarda hablaba de lo bellas que se veían las plantas después de la lluvia. Un extraño buen humor.
Luz temía que todo fuera una jugarreta para quitarle a sus hijos.
En la procuraduría escucharía una historia de terror.
Sus hijitos están muertos, señora, usted los mató. Le dijeron cuando pudo preguntar.

Esa confusión, momento de duda, donde ni la misma Luz sabe si fue ella quién asesinó a sus hijos es un momento de ambigüedad que le fue arrebatado, en el que ella fue apartada de su propia narrativa y ni siquiera pudo plantearse a sí misma lo que había sucedido. El mostrarla confundida, intentando juntar las piezas de la muerte de sus hijos, es un acto que le devuelve la posibilidad de ser autora de su propia historia. Su dolor deja de ser esta cosa mascada por los medios hegemónicos para ser algo más complejo, un dolor vivo que rebasa la foto de Luz llorando en la nota roja donde el texto ya de antemano jugó a juez y jurado. Es una resistencia quedita, aparentemente inútil, pero lento, siempre muy lento, le va regresando fuerza a Luz hasta que puede salir del espacio oscuro que le estaba reservado como víctima de sacrificio.
El ruido mediático, sin embargo, seguirá permeando el libro, tratando de matar el retrato redondo de Luz, esas líneas de fuga e incluso el amor que siente por sus hijos:
Que ni las perras matan a sus hijos, clamaban los diarios, pero no, quien se haya criado en el campo sabe que si descuidas a las perras se comen a sus crías. Pasa lo mismo con las gallinas, con los cerdos. Ha pasado siempre. Para protegerlos del mundo, las esclavas haitianas clavaban alfileres de metal en la cabeza de sus hijos nada más nacer, para protegerlos del mundo. pasa lo mismo con cualquier animal abandonado y acorralado.
La voz del poeta funge también como un ruido ante estas narrativas que enjuician a Luz, contradiciéndolas, ironizándolas, desacralizándolas. En un ejercicio de profanación redentora, Bringas mete en su registro un elaborado sarcasmo y rememoraciones de canciones de la época para arrastrar el registro oficial a los suelos y obligarlo a rendir cuentas. El extenso recorrido hemerográfico que precede al libro, no se queda en la mera consulta sino en un diálogo impertinente en el que se demuestra la disparidad de las fuerzas que se enfrentaban y la conveniencia que había para el Estado el convertir a Luz en una fiera. Al hacer de Luz un sujeto otro, una anomalía social que podía ser sacrificada para mantener el tejido civilizatorio intacto, el sistema económico y político se lavaba las manos. Bringas articula una nueva dialéctica, una en la que las condiciones de miseria y violencia son actores principales en lo que se convirtió en un circo de morbo. En recuerdo de la lenta fiera nos hace conocer a una Luz de piel y hueso, que ama a sus hijos y que sueña con conocer un espacio donde sus ojos dejen de arder. El terror se vuelve más profundo cuando entendemos que la corrupción de la violencia puede permear y someter el cuerpo una madre que ama y no sólo a las fieras.
El epílogo del libro sirve tanto como un cierre periodístico, como la restauración del orden después de la tragedia. En ese lenguaje tan ajeno al preciosismo de un ritual religioso, vemos como se recupera el balance de las fuerzas. Luz sale de la cárcel después de un tiempo relativamente corto y encuentra un buen amor, Nicolás se pudre en cuerpo y alma hasta convertirse en un ser vagabundo y desdibujado, y finalmente la suegra cómplice sufre una diabetes que la deja como la fruta echada a perder que carga en la boca. La violencia, sin embargo, se queda asechando como un fantasma en una casa sombría, al fin y al cabo, hay que recordar que el sacrificio es meramente un paliativo que nunca podrá contener el horror permanentemente, sin embargo, el alivio llega, aunque las heridas dejen marcas indelebles:
El tiempo todo lo calma/ la tempestad y la calma.
En recuerdo de la lenta fiera es un libro que nos obliga a pensar en la retórica que canibaliza los cuerpos marginales. En el sacrificio carnal que hace una sociedad en favor de la retórica del progreso, nuevos Molochs con el corazón… de piedra. César Bringas queda, en la opinión del firmante, como uno de los mejores exponentes de poesía documental en el panorama de la literatura joven de México.
-Esteban López Arciga, Abril de 2021
En recuerdo de la lenta fiera fue publicado por Crisálida Ediciones y se puede adquirir aquí.