CP 55270 // Izel Shamaní

Una ciudad se delinea entre violencias y cuerpos que parecen desvanecerse entre albures de nota roja. Ciudad antropofágica que masca la carne anónima de las mujeres que tienen el mal hado de habitarla. En este texto de Izel Shamaní vemos como la geografía se fusiona con la violencia sexista hasta el punto donde parece que es el sitio quien termina por consumir no sólo vidas, sino el nombre o la posibilidad misma de hacer registro. Su uso de las convenciones del poema dramático le da un dinamismo macabro a lo que se nos relata líricamente, dejando una imagen en movimiento de la interpretación histriónica de la barbarie.

E.L.A.


CP 55270

Este poema crece y se deforma como la ciudad,

como ella se degrada y se envilece,

se excede y descoyunta acaso en gusto y en carácter

Eduardo Lizalde, Tercera Tenochtitlan
Personajes

La madre
La niña
El bolero
El hombre de la mina
La mujer

1

EXTERIOR. CALLE FRANCISCO VILLA #10. DÍA

En línea recta por la calle Sur, después del arco y hasta la última curva de lo que fue valle, una bodega con las puertas abiertas. Dentro de ella, un par de hombres recogen fierro húmedo de las manos de la mujer. Una niña (5 años, pelo castaño, delgada, lleva puesto un short y una playera de tirantes) la espera a su lado sin hacer ruido. Da unos pasos hacia afuera y gira el rostro hacia el edificio contiguo, mira la única ventana cerrada. Observa las cortinas blancas. 

(Voz en off)

¿Alguien me estará viendo?

No pregunta para que no la silencien como la última vez. En el interior de la bodega, dos hombres cuentan y arrojan los restos a la pila que está por llegar al techo de láminas recién acomodadas. Junto al baño, en la esquina, un anciano funde metal para reparar la reja de un corral. Entre esta puerta y la del edificio número nueve, una virgen ruega en mosaico rosa.  

2

Los murmullos de las habitaciones 
se arrastran por debajo de las puertas
hacia el corredor
como un aroma seco

son la segunda voz de Dios 
la vibración codificada de las avenidas
un verso recitado con ritmo universal

Por la escalera baja una luz moteada de perlas 
que se atoran en el cabello y la ropa 
de unos niños que ya son fantasmas
En la azotea 
una paloma, de pie a la orilla de la pileta
se inclina como en un rezo a beber agua
y su rostro es el de las otras 300.000 
que anidan sobre las lámparas y bajo los puentes de cada ciudad
desde el sur de Canadá hasta Panamá

Después de beber
se arroja al aire, como una moneda a la fuente de los deseos
para posarse junto a la única ventana cerrada del edificio

3

EXT. CALLE FRANCISCO VILLA #9. DÍA

Un bolero (bolero desde los 7, huérfano desde los 10, casado desde los 22 y con hambre, pero sin ganas de comer lo mismo) está arrodillado frente a la puerta del edificio. Acomoda su caja en la banqueta sin tocar la línea de mosaicos rosas. Con un movimiento de mano pide el pie izquierdo del hombre frente a él (moreno, cabeza recién rasurada, 1.80) que hasta hace siete meses trabajaba en una mina y que hace lustrar las botas cada semana, para no perder la costumbre. El bolero busca ahora el pie derecho, aplica color y cambia de brocha, imagina la canción que saldría de su radio ahora descompuesta (que yace en su cocina, sobre una mesa de madera en la que descansa la parte superior de una alacena), se pasa la manga por la frente y deja una línea de tinta café que la cruza de lado a lado. Sube un pie a la caja, aprieta las monedas, se las lleva a los labios, después al pecho y las guarda en el pantalón. Cuando chocan con el resto, surge una melodía. Bajo su gorra oculta un par de billetes, uno de cincuenta y el otro de veinte. Piensa en deslizar uno bajo el cristal de la virgen. La niña corre con el brazo extendido, está un par de pasos atrás de su madre, intenta tomar su mano. La mujer ve al frente con los labios tensos, mira al bolero de reojo y aprieta unas monedas en la mano. La niña junta un poco las cejas, busca el color de los ojos del hombre y se da cuenta de que su madre casi llega a la esquina.

(voz en off) (CONT´D)

¿Me está viendo?

Avanza más deprisa sin mirar a la virgen y llama a su madre en un grito.

4

En la segunda planta del número 9
dentro de un cuarto oscuro, vacío a excepción de la cama y el tocador 
en cuyo cajón hay un rosario
un cuerpo casi desnudo, apenas consciente 
despierta al borde de la cama

Mira la puerta  
y desde la ventana irrumpe la voz de una niña
que llama a su madre

Se concentra en escuchar:
su oído convierte el canto de los primeros grillos
ocultos en las paredes
en un tren en marcha

5

Acto único

Al entrar, no alcanza a ver el charco: la sombra del edificio cae sobre el pasillo. Un poco de agua se funde en la tinta recién aplicada en sus botas. Su rostro tiene expresión de enojo. Después del golpe, el agua se alacia y mira alejarse los pasos. Se abre la puerta del 12, choca contra un par de botellas.  

El hombre de la mina: Un matrimonio sin hijos fracasa. ¿No es así? (dice con tristeza al verla en la cama, a punto de caer sobre su vientre). (Pero no lo dice en realidad, sólo lo piensa).

El hombre de la mina: ¿Te das cuenta de cuánto bebes?     

Ve las botellas antes de salir nuevamente, el cristal de la ventana vibra con el portazo. En el charco, unas sábanas en la azotea se mueven apenas. El agua las mira, ve también las macetas vacías, los cables y otra vez las botas que avanzan fuertes a la salida. Cuando terminan de pasar, las sábanas se convierten en pañuelos fingiendo una despedida, una tregua. Lo ciega repentinamente la luz artificial del faro que se acaba de encender.

6

INT. DEPARTAMENTO #12, SEGUNDO PISO. DÍA

La tarde entra por todas las ventanas, menos por la del departamento número 12, en el segundo piso. La mujer (pasos descalzos, exhalación profunda, manos sobre el buró) mantiene las cortinas cerradas. Un par de botellas están sobre la alfombra y nadie, salvo ella, las escucha. El buró la mantiene de pie en la oscuridad. Percibe el viejo sonido del ferrocarril dentro del muro. Del otro lado, un televisor se enciende y ya no puede escuchar a los grillos. Vuelve a la cama.   

7

EXT. ALTAR DE LA VIRGEN. DÍA

El bolero sostiene la gorra entre las manos, tiene la cabeza inclinada como una paloma que bebe agua.

EL BOLERO

No nos dejes caer en tentación y líbranos de todo mal. Amén.

Aprieta en la mano derecha un billete de veinte pesos. Se lleva la mano a la frente, después al pecho, al hombro izquierdo, al hombro derecho y finalmente a los labios. Estira el brazo y desliza el billete bajo el cristal. Cuando termina de pasar, se abre como una flor, como las manos de una mujer embarazada, perdida, que va a rezar el padre nuestro.   

8

La niña corre para acercarse a su madre, pero se tropieza; alcanza a tomarla de la muñeca y cae de rodillas. La mujer la levanta de un tirón y después la suelta. La niña le busca la mirada, pero no la encuentra, ella está más concentrada en contar las monedas y cerciorarse de que no falta ninguna.  Están completas, vuelve a apretarlas. Toma a la niña de la mano, gira a medias hacia el edificio, ve los tinacos, los tendederos, las antenas. Baja hasta el cristal de la virgen, el aire balancea las sábanas y la playera de la niña. A través del vidrio, los ojos de la virgen ven volver a la mujer, la observa hasta tenerla de frente, la mira sin saber si está exigiéndole a ella o a su reflejo. La mujer translúcida mira a la niña y esta a su vez la ve, entrelaza lentamente, con miedo, los dedos con los de su madre, como raíces de carne. Se parece mucho a la mujer pero a la que ya nadie conoce.

―Cuando finjo estar dormida, siento cómo me tocas la cara ―piensa la mujer―, y crees que no te miro, pero sí.

9

Tiene las manos a los costados 
con las palmas vueltas hacia un cielo aún iluminado
donde la luna sale más blanca

Piensa en decir una última cosa
pero se lleva las manos al vientre 
y su voz migra hacia los dedos
de veinte años de casa 
(como los pájaros en el solsticio de verano, como el ave junto a su ventana):
se telegrafía una plegaria bajo los senos hinchados

se detiene cuando escucha una columna de palomas venirse abajo
cierra los ojos 
la brisa no alcanza a entrar
y nadie, salvo ella, escucha el viejo sonido del ferrocarril en los muros
sólo la vida y la muerte llegan en silencio

En ese mismo instante
lejos de ahí
un hombre trata de recordarla sin llorar

LA NOCHE DESCIENDE


Izel Shamaní: Estado de México, 1991. Algunos de sus poemas, ensayos y cuentos han sido publicados en revistas mexicanas y latinoamericanas. Actualmente cursa la licenciatura en Letras en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). También asiste al taller de Creación Literaria en FARO Indios Verdes.

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