A lo largo de estos días de encierro forzado, he desarrollado una relación conflictiva, por no decir tóxica con el ocio. Viéndolo como la alternativa a la locura, llegué a dejar de disfrutarlo por el mero hecho de que me tiene cautive. Y es quizá en este estupor que olvidé por completo el papel finísimo que juega el ocio en la producción y circulación literaria. En este ensayo de Armando Gutiérrez Victoria se problematiza nuestra existencia con el ocio y las vetas literarias que probablemente no serán evidentes hasta que llegue la retrospectiva de esta plaga, ¿Existirá eventualmente la gran novela sobre el COVID? sólo el tiempo lo dirá.
E.L.A.
¿Y ahora qué hago con este hartazgo? El espacio de la literatura en la cuarentena
Con la llegada del famoso coronavirus y, por subsecuente, con la llegada de una prolongada y agotadora cuarentena surgió un cuestionamiento hasta cierto punto sensato: ¿cuáles son las actividades esenciales? Pensemos, el mundo se termina (hipotéticamente) y todos estamos atrincherados en nuestras casas (o casi todos), ¿cuáles son, realmente, las actividades esenciales que la sociedad no puede dejar de lado? Ciertamente la medicina y sus derivados se han mostrado como un espacio privilegiado. A la vez, las actividades comerciales de productos como alimentos o aseo personal han tenido, en algunos casos, un repunte gracias a las compras de pánico. Todo muy bien, pero, ¿y la literatura?
¿Es esencial la literatura? Con esta cuarentena surge la interrogante. ¿En medio de un mundo amenazado por la enfermedad y la crisis, realmente es fundamental leer y escribir literatura? Yo creo que sí. Este texto, más que una defensa exacerbada del arte, llena de lugares comunes y clichés de endiosamiento hacia las letras, pretende esclarecer una pregunta legítima que cobra mayor importancia en los tiempos que corren: ¿cuál es el espacio de la literatura en nuestra sociedad?
La cuarentena (claro, para aquellos que pueden darse el privilegio de tomar todo y encerrarse en sus casas) ha supuesto dedicar mayor tiempo al ocio en un espacio cerrado. Este ocio, en oposición a la práctica que hasta entonces se había desarrollado, donde así como se tenía lugar para actividades al interior de una casa, también se tenían opciones externas o al aire libre, se ha visto en crisis. El espacio del hogar ha absorbido, de manera involuntaria, todo el peso del ocio contemporáneo. Se han dejado atrás los lugares de concentración masiva donde la sociabilidad directa era una de las principales características de interacción. En cambio, las actividades cerradas, con un número reducido de participantes o incluso una persona, han cobrado mayor relevancia.
Y si bien el scroll infinito de las redes sociales y los maratones en Netflix indudablemente han tenido la mayor atención durante esta cuarentena, puede que después de hartarse, después de haber visto hasta el último meme de perritos y la última serie de moda, el mexicano promedio se pregunte “¿Y ahora qué?, ¿estoy lo suficientemente aburrido como para leer?”.
Antes de seguir conviene dejar en claro algo: uno tiene derecho a no leer. Basta de querer ejercer una presión arrogante sobre los que no leen. Leer no te hace ni mejor ni peor persona, sólo te hace alguien que lee. Es común caer en la trampa del endiosamiento de la letra escrita. El “aura” (como diría Benjamin) que se ha conformado alrededor de las letras como un espacio privilegiado y símbolo del capital cultural ha provocado que si bien se le venere, también se establezca una distancia insalvable entre el vertebrado promedio y la literatura. Prohibido tocar a Dios.
Lo anterior viene a cuento porque muchos consideran ofensivo, casi sacrílego, conjuntar dos términos: ocio y literatura. Cómo, en nombre de lo más santo, se atreve uno a colocar del lado de algo tan banal, tan burgués y tan poco productivo a la diosa literatura. Sí, yo me atrevo a colocarla ahí.
El papel del ocio en las sociedades modernas, como se ha visto desde el establecimiento de las mismas en el siglo XIX, exige que, a la par de las condiciones de trabajo, también exista un espacio para el famoso recreo, un respiro dominical para liberar la mente de las tensiones y el peso de las transformaciones del mundo. No se puede negar que el ocio y la estabilidad social siempre han sido un terreno fértil para el desarrollo de las artes. Tomemos por ejemplo el Modernismo mexicano. Durante las últimas décadas del siglo XIX, México vivió la polémica “paz porfiriana”, donde proliferaron las publicaciones periódicas, las revistas, las empresas editoriales, los cafés, los teatros y demás espectáculos donde el ciudadano promedio de la capital podía pasar el rato. Sintomático que bajo esas condiciones aparecieran un gran número de escritores y artistas que moldearon y sentaron las condiciones de un movimiento estético tan complejo y rico como el Modernismo.
El ocio no es malo. El ocio es un momento indispensable para el desarrollo del pensamiento y de la reflexión sobre el yo. En estos tiempos de coronavirus, el ocio se ha endiosado de la sociedad y ha contribuido a buscar diferentes maneras de pasar el rato. ¿Y la literatura?
Pues la literatura cumple una función básica e indispensable en esta sociedad materialista: satisfacer el ocio. Para ello conviene comprenderla como un ejercicio doble, tanto de lectura como de escritura. Más de uno ahora tiene la oportunidad de escribir esa novela, esos cuentos o esos poemas que tenía en la cabeza, pero no tenía el tiempo para ello. Más de uno puede leer ese libro que tanto había querido; más de uno puede revisar todos esos textos olvidados y arrojados al olvido de un librero.
La pandemia tiene su lado bueno. Durante estos meses, muchos concursos literarios (estrategia de capitalización y captación de lectores) han flexibilizado sus condiciones de entrega, dando la posibilidad de hacer el envío del manuscrito online. Por otro lado, cada vez son más las páginas clandestinas que liberan y comparten libros que de otro modo no serían asequibles para el lector promedio. Los espacios y las prácticas de la literatura se diversifican y adquieren dinámicas distintas.
¿Cuál es el papel de la crítica en todo esto? Ciertamente en muchas ocasiones se pueden tener las mejores intenciones de comenzar a andar por la literatura, pero, como en todo, se tiene poco o nulo conocimiento de por dónde empezar. El papel de los críticos y estudiosos de la literatura sería el de orientar, sin la fanfarria y la pedantería de siempre, al lector novel. La crítica como ejercicio de guía y señalización sería el vínculo entre la sociedad común y el a veces hermético espacio literario.
Desgraciadamente nuestros más grandes especialistas e investigadores siguen encerrados en sus universidades, en sus institutos de investigación, en sus dédalos de papel que son las revistas académicas, conversando con la nada, en el estéril y mudo espacio de la crítica literaria mexicana. No se han dado cuenta para quién investigan, quién debería ser su público. Si amaran tanto la literatura descenderían de las alturas para compartir con los simples mortales su genuino amor. En su lugar, los famosos influencers instruyen a las masas armados más con buenas intenciones que con conocimientos fidedignos. En esa encrucijada está nuestra crítica literaria en México.
Sí, la literatura es indispensable en esta sociedad capitalista. Sí, la literatura cumple una función estrechamente vinculada con la satisfacción del ocio. Sí, todo eso es cierto y no está mal. No está mal que se lea cuando se tiene tiempo libre y no está mal que no se lea. El espacio de esta práctica permite reformular y comprender las distintas posibilidades del ser en un mundo sometido a las transformaciones de los ambientes virtuales y la no sociabilidad directa. Está bien leer una novela cuando se está harto de tantas noticias apocalípticas. Está bien escribir poesía cuando la soledad y nuestra ansiedad nos ganan.
La literatura es un espacio de creación y, por lo tanto, de experimentación e interpretación de la realidad. Siempre lo ha sido. ¿Cómo reinterpretar esta realidad del encierro? ¿Qué le deja esta cuarentena a las letras y a la literatura mexicana?
Tlalpan, enero 2021
Armando Gutiérrez Victoria actualmente cursa el doctorado en Literatura Hispánica en El Colegio de México. Editó el libro colectivo Cien años de cultura y letras en Excélsior bajo el sello de la UNAM. Hizo el prólogo a la edición moderna del libro de Amado Nervo, El éxodo y las flores del camino, Ediciones Evohé, Madrid, 2019. Ha presentado ponencias en diferentes coloquios universitarios sobre Reinaldo Arenas, Justo Sierra y Manuel Gutiérrez Nájera y ha publicado en diversas revistas electrónicas como Campos de plumas, Miseria, Didasko, etc.