Anahí GZ nos llena de imágenes desgarradoras que juegan entre la furia y la ternura de un amor entre dos mujeres. Su prosa es limpia y nos cautiva por medio de metáforas que combinan el mundo animal y el plano de lo sexual. Este cuento nos recuerda que los amores prohibidos —como diría Selena— no solo se dan por diferencias de clase.
K.M.C.
La última vez
Juana se movía como las culebras que su hermano mataba en el cerro. Su piel prieta se camuflaba con la tierra recién bañada por la lluvia. Rosario bufaba para ahuyentar a las moscas. Las dos temblaban de miedo y placer al mismo tiempo. Cada una tenía la lengua ensartada en algún orificio de la otra. Parecían panteras devorándose.
La milpa escondía sus cuerpos encuerados. Se amaban con rabia, como si estuvieran dispuestas a desollarse durante aquel mismo instante. Juana mordió el labio de Rosario hasta arrancarle un pedazo. La otra sollozaba y sentía cómo su vulva se mojaba toda. Un gato las miraba desde las ramas de un manzano, sus ojillos eran dos bolas de fuego en la entrada del infierno. El calor despertaba a los demonios. Incluso los bueyes presentían la muerte.
Las dos mujeres exploraban sus geografías. Juana arañaba las nalgas de su novia, luego le susurraba: “Me enculé de ti, Chayito. Eres la única con esas trenzas, con esas chichis tostadas. Quisiera escaparme contigo a la ciudad, pero mi apá vive por esos rumbos… Si se entera, me mata”. Rosario la escuchaba, se retorcía en la hierba y los canales de su vientre se abrían. “Me gusta estar así, bien amachinada contigo. Móntame una última vez. Quiero que esos cabrones sepan lo que es bueno, que se les caiga el pito de coraje. Cuando dos como nosotras se quieren, todo el rancho tiembla”, Rosario hablaba sin espanto, como nunca antes.
Sus verdugos se acercaban. Oían el crujir de las hojas. Estaban preparadas para despedirse, entendían que después de ese momento, solo el silencio. La resignación las dotaba de una belleza mutilada. Los gritos casi las tocaban. Ellas cerraron los ojos.
Esa tarde las vieron juntas. Doña Jacinta descubrió a Juana con la boca apretada en los pechos de Rosario. Apenas tuvieron tiempo de correr. Primero se escondieron en los corrales de las vacas, luego entendieron que nadie las ayudaría, que no tenían a dónde ir. Fue entonces cuando se metieron en los maizales, decididas a no salir de nuevo.
Y así estaban en la espera, una encima de la otra. Su sombra se reflejaba como la de un monstruo bicéfalo. De pronto Rosario sintió una tercera respiración: era la de su esposo que se acercaba con un cinturón en las manos. La gente del pueblo las rodeó. Una granizada de piedras les cayó encima. Ellas no se soltaron, deseaban que las vieran penetrándose la carne. Alguien pedía que las quemaran. Uno de los hombres cargó su fusil. El bulldog de don Joaquín clavó los dientes en una pierna morena.
Cuando Juana llegó al orgasmo, Rosario ya estaba muerta.
Anahí GZ (1996). Escritora, periodista y performer feminista. Su trabajo ha sido presentado en medios nacionales e internacionales. Es especialista en análisis geopolítico por la UNAM y en escritura creativa por la Escuela de Escritores de México. Investiga temas relacionados con el cuerpo, la moda, el género y las resistencias periféricas. Escribe una columna bimestral para la revista Melodrama y es co-conductora del podcast “Brujas cósmicas”. Ha publicado en medios como El Universal, Tercera Vía, Proyecto Kahlo, Revista Marabunta y Revista literaria De-lirio, entre otros. Además le gusta la cumbia rebajada y es autora del poemario Dislocaciones (La comuna Girondo, 2020).