Pandora y los exnovios
Pandora fue la primera mujer del mundo. La mitología griega nos cuenta que fue creada por Hesíodo bajo las órdenes de Zeus. Los dioses la dotaron de una gran curiosidad. Luego, se casa con Epimeteo, abre la caja —en realidad, era una especie de cántaro— que le indicaron que no abriera y con ello suelta todos los males del mundo. Lo anterior fue un plan de Zeus, una venganza porque Prometeo se había robado el fuego para dárselo a los humanos. Lo único que queda en la caja es Elpis, el espíritu de la esperanza. Pandora, pues, es la culpable de nuestras desgracias. O eso nos quieren hacer creer. El verdadero culpable es Zeus, él fue el autor intelectual del plan, sabía que Pandora no iba a resistir y abriría esa caja; aun así, se la dio. Siglos después, surge una pandemia a causa del macho de Zeus que permitió que Pandora liberara los males del mundo, y que me llevaría a abrir mi propia caja.
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Tengo un mantra de vida: nunca le escribas / hables / llames / des señales de humo a tu ex. Los últimos años lo he cumplido a la perfección. Casi. Hace unas semanas lo tuve que romper. Y digo tuve porque, de verdad, yo no quería, pero la estúpida pandemia me orilló a hacerlo. Hola, qué tal, cómo has estado, oye, te escribo porque… Horror. No le escribí a uno, sino a dos de mis exnovios (no estoy segura de que ambos entren en la categoría de novios; en fin, dos sujetos con los que me involucré afectivamente en el pasado). Ambos tardaron en responder. Tenía tiempo que no me sentía tan nerviosa. Si contestaban, me enfrentaría a una serie de intercambios lingüísticos que preferiría evitar, pero mi sentido de responsabilidad es más grande que mi orgullo y envié esos mensajes.
Ahora solo tenía que esperar su respuesta.
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—¿Quieres terminarme, pero no te animas? ¿Es eso lo que está pasando? —No podía sostenerme la mirada, me evadía—. Porque si es eso, porque si quieres terminarme, pero no te animas porque piensas que no podría con ello, que voy a sufrir muchísimo, que me voy a deprimir, que no voy a comer, que no puedo vivir sin ti, déjame decirte que qué macho de tu parte porque puedo con eso y más; así que, si lo que quieres es terminarme, termíname de una vez, no le des largas, voy a estar bien —le dije directo al rostro. No me terminó, no ese día. Era un sábado y yo tenía un compromiso con un amigo. Supe que esa discusión marcaba el fin.
—No quiero terminarte, no pienso eso.
Cuatro días después me dijo que ya no sentía lo mismo. Yo tampoco sentía lo mismo, nunca siento lo mismo, ¿en qué clase de relación sientes lo mismo el día uno y el día quinientos veintiséis? Al parecer, en su cabeza. —Entonces, ¿sí querías terminarme el sábado, pero te callé la boca con lo que te dije y no quisiste quedar como el macho que eres, así que mejor te esperaste cuatro días para terminarme, ya que te diste cuenta que yo no lo iba a hacer? —lo pensé, no repliqué nada ante su gran motivo de cierre.
Fue la última vez que hablamos.
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A uno de ellos tuve que verlo.
—Hola, Karla Michelle.
Siempre me hablaba por mis dos nombres, yo hacía lo mismo con él, como si estuviéramos en una novela mexicana de televisión abierta en horario estelar. Ese gesto debió de haberme prevenido del drama que traería esa relación a mi vida.
—¿Cómo has estado?
No sabía bien qué se suponía que debía contestar. Tenía años sin verlo, años sin saber de él. Lo prefería así, lo quise así. Me hubiera encantado que continuara de esa forma. Me hubiera encantado no abrir esa caja.
—Yo estoy bien, gracias.
Yo siempre estoy bien.
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—¿Quieres leer lo que escribí?
Le enseñé varios de mis cuentos, varios que nunca saldrán a la luz, que continuarán guardados en una carpeta oculta en mi computadora a la que solo regreso para recordar lo que no debo hacer.
—Están bien, pero ahora intenta no hablar sobre ti en tus cuentos.
—¿Cómo? ¿De qué hablas?
—Esto no es ficción, estás escribiendo cosas que te han pasado.
Hombre, hombre tenía que ser.
—¿Y qué tiene? Además, no pasaron así tal cual, le cambié algunas cosas.
—Esto no es ficción… esto es de principiantes, no se hace literatura escribiendo sobre uno mismo.
La audacia del hombre. No entraré en una discusión sobre cómo todo es, en realidad, una ficción; cómo todo lo que escribimos siempre es, en mayor o menor grado, autoficción; cómo no podemos desprendernos de quienes somos, de nuestras experiencias, de lo que nos rodea, de lo que sentimos al momento de escribir.
—¿Entonces no te gustaron? —le pregunté con los ojos vidriosos, lo bueno que no podía verme.
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Uno de ellos no me contestó. Le escribí a otro conocido para ver si podía ayudarme, aunque sabía bien que el único que podía hacerlo en este momento era él, y él no me respondía. Ni siquiera le entraban mis mensajes. Seguro me tenía bloqueada. Cobarde.
—Yo no sé bien sobre eso, ¿por qué no tratas hablándole a…?
—Ya lo hice, no me contesta, no le entran mis mensajes, no puedo comunicarme con él.
—Cambió su número, déjame te lo paso.
Ah, claro, esa también era una posibilidad que no consideré.
—¿Karla Michelle?
—Hola, necesito tu ayuda.
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Las secuelas de la COVID-19, la enfermedad causada por el virus SARS-CoV-2, incluyen dificultad respiratoria, fibrosis pulmonar, problemas en el corazón, en los riñones, en el sistema vascular. Incluso hay quienes presentan trastorno de estrés postraumático. Muchxs pacientes dados de alta se siguen quejando de dolor de cabeza, malestar en el pecho, mareos, problemas en las articulaciones. Yo no presento ninguna de esas secuelas. Me siento perfectamente bien. No tengo ningún malestar físico. Perdí algo de dignidad, pero nada que no hubiera hecho antes. La he perdido por cosas peores. Para mí, las secuelas han sido regresar a un momento de mi vida que preferiría borrar. Traer a mi memoria una experiencia que marcó mi forma de relacionarme con los hombres, con mis amigos, con mi pareja.
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Platicamos como por una hora. Nos reímos. Nos pusimos al tanto de lo que había pasado en este tiempo. Se sintió —casi— como antes.
—Eres otra, o sea, eres tú, pero has cambiado.
Qué lugar tan común, pero se llama madurez, por supuesto que he cambiado. Él, por su parte, es el mismo macho de antes. Creo que no alcanza a dimensionarlo. Continúa siendo un soberbio.
Pero ¿quién era yo la última vez que hablamos?, ¿qué era eso que notaba distinto en mí?
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Lxs psicólogxs hablan mucho sobre cerrar ciclos. Nosotrxs hemos usado eso de pretexto para ver de nuevo a nuestras exparejas y, de alguna forma, regresar. No sé cuántas amigas han estado muy seguras de terminar una relación y, en esa última plática de cierre, acaban reanudando lo que tenían.
Es una trampa.
Sabía que me lo iba a topar de nuevo. Vivo en una ciudad relativamente pequeña. Nos movemos en los mismos círculos. Sería inevitable. En un inicio, sentía que debíamos tener esa plática de cierre de la que hablan lxs psicólogxs. Al tiempo, me di cuenta que yo podía tener mi propio cierre, no lo necesitaba para darle fin a lo nuestro. Depender del otro para lidiar con nuestros sentires es inútil. La mayoría no puede con los propios, menos con los de los demás. Un par de meses después, me parecía tan lejano aquello por lo que tanto sufrí. Los recuerdos estaban borrosos, parecían más sueños que memorias. Pero no ha pasado así con todas mis relaciones. Una de estas, en particular, nunca escaló al terreno de lo onírico. Tampoco quiero que lo haga: debo tener muy presente por qué no le había hablado de nuevo.
No siempre es bueno olvidar.
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Pandora fue creada con la intención de hacer caer a Epitemeo. Su hermano, Prometeo, solo nos pasó el fuego, y Zeus nos envío enfermadades, fatiga, locura, vicio, crimen. Ah, sí, pero también esperanza. Gracias, qué considerado.
El problema de abrir nuestras cajas de Pandora es que las cerramos justo al mismo tiempo que ella lo hizo. Dejamos la esperanza dentro. Se escapan los malos recuerdos y conservamos lo que nos hacía feliz. Por eso resulta contraproducente esa plática para cerrar ciclos.
Tuve que abrirla, pero no pretendo cerrarla.
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Recordé por qué los amé. Recordé también por qué ya no estamos juntos. Porque aquí, a pesar de la incertidumbre, de no tener idea de hacia dónde me dirijo, de que la duda me acecha y me respira en la nuca como la pobreza a Patricia, aquí, ahora, estoy mejor.
Karla Michelle Canett (@ArreLaQueBarre).
Enero de 2021.