Mucho me he burlado de la figura del otaku, pero en el fondo de mi burla se oculta un profundo respeto por el potencial del anime y del manga para sublimar aspectos de nosotrxs difíciles de articular. En este ensayo de Carmen L. Paczka, el anime se vuelve un espacio de liberación corporal y sexual mediante la representación de afectos estigmatizados al hacerlos normales. Las relaciones homosexuales entre personajes de anime permiten la exploración del erotismo en comunidades de mujeres socialmente constreñidas. Suspendiendo un poco el instituto natural de hacerle bullying a lxs otakus, la lectura crítica de los fenómenos del anime nos replantea el ejercicio del deseo.
-E.L.A.
Las chicas podridas
Hablar de yaoi implica hablar de una serie de cuestiones como el fenómeno del manga y el anime en occidente, pero también pensar en una -no tan larga- explicación de qué es este género que ha ganado popularidad globalmente y que tiene artículos analizándolo en Jstor desde Japón, Estados Unidos y Arabia. Como primer punto generar una definición parece necesario para quien no está familiarizado con el anime, esto es en apariencia sencillo, hasta que después de pensarlo un poco va ganando complejidad. Entonces, el yaoi es conocido en inglés como BL (por sus siglas en Boy Love), es decir una relación romántica entre dos hombres. Dentro del género, sin embargo, existe otra serie de clasificaciones dependiendo del tipo de historia que se narre: puede ser una historia inocente y romántica en donde una de las partes suele ser más femenina que el otra, una historia dramática entre dos personajes estereotípicamente masculinos, etc. .Por si fuera poco, existe dentro del fandom una serie de denominaciones para las historias como cross-overs, Universos alternos, lemon (usado para denominar el sexo en las historias), entre otros. Lo que parece una definición sencilla abarca una serie de ramificaciones dentro del anime, del manga y del fanfiction, cada una con sus propias características.
Uno de los temas que más llama la atención sobre el tema del yaoi y su popularidad en occidente, es lo rápido que ha crecido su fandom, como remarca Andrea Wood en su ensayo sobre el tema » ´Straight´ Women, Queer Texts: Boy-Love Manga and the Rise of a Global Counterpublic». El hecho, también, de que existan ensayos de este tipo disponibles en una plataforma que ayuda a la investigación, como lo es Jstor, también debe indicarnos algo sobre cuánta importancia ha ganado este género para comenzar a generar trabajos críticos sobre él. Las definiciones del género, así como de sus formas y contenidos abundan en internet, en estudios formales, como el arriba mencionado, y también en foros de discusión de anime. Lo más general del tema ya lo tenemos entendido, y por eso quiero pasar a lo que más me interesa discutir aquí: el término con el cual se denomina a las fans del yaoi, fujoshis, o en español chicas podridas.
Es curioso pensar que algo que parece tan inocente la primera vez que, en experiencia propia, se ve una escena shonen-ai termine siendo un campo de estudios culturales, lgbtq+, y demás estudios en los que se pueda adscribir. Hace falta aclarar, en mi opinión, un poco estos términos por las cuestiones que se desarrollan más adelante, y es que todas juegan una parte importante cuando intentamos examinar un fenómeno de la cultura pop japonesa que se ha establecido en otros países en donde las circunstancias de recepción pueden ser muy distintas a las que se perciben en su país de origen. En el caso que es el más cercano a mi experiencia personal es el mexicano, el latino, en donde las expresiones de amor homosexuales no son aceptadas del todo públicamente, y aun así el yaoi se ha abierto paso entre las adolescentes desde que puedo recordar hasta lograr una convención dedicada a ello en la Ciudad de México ¿Qué está pasando entonces? ¿Cómo es que las adolescentes, sobre todo mujeres adolescentes y pubertas, se sienten tan compelidas por estas historias?
Cuando queremos discutir un género del manga y el anime como es el yaoi, debemos recordar que el origen de estas publicaciones es de japón. Esto puede parecer una aclaración obvia, pero hay diferencias culturales que cobran importancia conforme intentemos profundizar en el tema, para comenzar las relaciones entre parejas del mismo sexo no son percibidas de la misma manera en Japón que en México. Para la sociedad japonesa, confuciana por su herencia China, y con un sistema milenario de pensamiento desarrollado completamente aparte de occidente hasta la revolución industrial, las relaciones entre dos hombres como la amistad tienen una pureza y un matiz distinto al que nosotros podemos concebir. Así mismo, la tradición ilustra relaciones homosexuales como en «La manga cortada», historia antigua China que describe la pureza del amor entre un emperador y su amado. La percepción que tenemos en Latinoamérica sobre estas relaciones es mucho más convulsa y menos abierta al respecto, en parte debido a la religión.
En segundo lugar, debemos tener en mente que este género es creado siempre por autoras para un público femenino, sin que esto sea siempre la realidad para el producto realizado. Esto lo enfatizo por la única razón de que tiene relevancia para el análisis del contenido del yaoi, cómo se presentan las relaciones amorosas entre los personajes y, probablemente, la causa de su éxito a nivel global. Una historia yaoi, shonen-ai, y cualquier variante dentro del género tiene una complejidad tal vez un tanta más profunda de la que puede parecer cuando leemos su definición que pareciera sugerir un mero propósito de entretenimiento.
Quisiera remembrar aquí una proyección del club de cine que tuvo lugar hace algunos años en la Facultad de Filosofía y Letras. No tengo una memoria tan privilegiada para recordarlo todo a detalle, pero sí por lo menos para recordar la emoción por encontrar que a personas de mi edad aún les interesaba el yaoi lo suficiente para atreverse a dar una proyección pública de Takumi-kun, una serie de películas de temática shonen-ai en una sala de la facultad. Esto llamó mi atención porque no es un tema que se discuta libremente con cualquier persona, no es difícil imaginarse que el yaoi es algo prohibido; llamarse a sí misma una fujoshi es aceptar las burlas que pueda haber, los cuestionamientos, y algunas veces hasta los insultos que lanzan las personas escondidas detrás de sus pantallas en foros de fandom del tema. Pensar que autoridades universitarias, las cuales sinceramente imagino desconocedoras del término, permitieran una proyección así no es algo que hubiera visto antes y no se repitió después en mis años de estudiante.
En dicha proyección sucedieron varias cosas que creo que vale la pena mencionar. Primero que nada, la extrañeza ante algunos diálogos y efectos que parecían no tener mucho sentido, la diferencia del idioma siempre pone barreras para comprender sutilezas. Segundo, la actuación, como la comprendemos en México cuando no estamos especialmente educados en cine, está asociada a las películas Hollywoodenses, lo que provoca un rechazo tal vez demasiado inmediato, a estas películas; de nuevo una extrañeza. Por último, y lo más importante, las relaciones homosexuales que son presentadas en la película como completamente normalizadas para los estudiantes de la escuela, como si se tratara de una utopía del yaoi.
La discusión con los organizadores se centró en esta última idea, la completa normalización de estas relaciones, y no solo eso sino la absoluta falta de personajes femeninos en todas las películas ¿Por qué las mujeres desaparecemos en estas historias? A menos, claro, que sea un personaje que amenace la relación de la pareja principal. La conclusión a la que se llegó aquel día me dejó pensando, y esta fue que el uke (el personaje pasivo en el yaoi) es una sublimación de la audiencia femenina hacia un sujeto al que le esté permitido el deseo sexual expresado: un cuerpo masculino.
La idea de la sublimación del deseo sexual cobra inmediato sentido cuando, en retrospectiva, analizamos la educación sexual que se imparte a las niñas mexicanas, -que es la experiencia de la que puedo hablar. Esta educación consta, la mayoría de las veces o si acaso, en incómodas pláticas escolares con un video de un parto, un audio, seguramente no desconocido para muchas, de un feto pidiendo no ser abortado, y semejantes barbaridades. El contenido que quieren dar a entender es muy claro: si tienes relaciones sexuales hay un embarazo que es inminente, o quedas de cierta forma marcada, en el sistema patriarcal “ya no eres virgen” no eres “pura”. Agreguemos a esto, entonces, lo mal visto que es el deseo sexual en una mujer joven, eso es algo reservado para los hombres desde la pubertad para el resto de su vida. En el caso de las mujeres tocarse es sucio, ver pornografía impensable.
En otras palabras, nuestra educación sexual se reduce a que, al no ser hombre, no debe existir un deseo sexual, y si llegas a consumarlo las consecuencias son solamente para ti. ¿Qué pasa con las niñas que sí, a pesar de estas prácticas machistas, siguen con un deseo sexual propio de la adolescencia? ¿Cuándo tocarse, como me enseñaron en la escuela y un médico, es violarse, faltarse al respeto? ¿Qué pasa cuando hay historias circulando de chicas con salchichas en la vagina sometidas a la vergüenza de la exposición de su deseo en una urgencia médica? ¿El escarnio para las que resulten embarazadas sin capacidad de decisión sobre sus cuerpos? Pero a pesar de todas estas amenazas constantes el deseo sigue ahí, esas sensaciones que causan tanta culpa. Hay algunas opciones, por supuesto, rendirse al deseo intentando cuidarse y esperar lo mejor, reprimirlo por completo al punto de convencerse de que no existe, esconderlo o sublimarlo.
Ver historias de amor “prohibidas” como lo son las historias del shonen-ai y del yaoi era un alivio cuando era adolescente. El deseo no era consumado de forma real, ni siquiera era la temida pornografía sino anime. Ver Junjou Romantica, Gravitation, Kuroshitsuji, entre una larga lista, era como tener un valioso secreto entre manos mientras ignoraba el que crecía entre mis piernas. Seguía siendo algo prohibido, algo secreto que hacía a escondidas de mis padres con el temor constante de que alguien más se enterara fuera de mis confidentes y cuestionara mis gustos sin yo saber las respuestas exactas. Ser otaku ya era malo, ser otaku siendo una mujer era peor, pero dentro de todo lo peor siempre era ser llamada una fujoshi pervertida.
En este punto quiero, entonces, que recordemos el término con el que se denomina a las chicas fanáticas del yaoi en japón y que adoptamos en México: chicas podridas. No es necesario que alguien sepa la traducción para llamar a una fujoshi una pervertida, Por supuesto que la sublimación llenaba varios agujeros del enorme rompecabezas que se había vuelto un gusto que ya abanderaba sin vergüenza. No era necesario leer más a Foucault ni a Freud ni a Lacan para poder ver en todos aquellos Ukes la identificación directa y saber por qué en más de una ocasión cuestioné mi identidad sexual. El problema no era yo, ni mi cuerpo, ni el deseo medio mal escondido que a veces me despierta a las 3 de la mañana, el problema era todo lo que socialmente se me impuso para avergonzarme del deseo que sentimos todas.
El hecho de que el yaoi siga siendo tema de burla tiene una doble problemática, por un lado, es la representación de relaciones homosexuales, incluso de los famosos “okamas” que son mujeres trans u hombres que se visten y actúan como mujeres (con su debida diferencia), y por el otro es un producto que ha sido diseñado para satisfacer el deseo sexual de las mujeres desde corta edad, y eso no es algo que se vaya a perdonar fácilmente, ni siquiera para algunas mujeres. En estas historias hay pocas mujeres porque ya están representadas en los cuerpos masculinos de comportamientos socialmente aceptados como femeninos con la diferencia de que se les permite desear, experimentar el deseo en sus cuerpos. Existe una violencia contra el pasivo, una posesividad, celos enfermizos, incluso el riesgo de ser abusados sexualmente por los personajes estereotípicamente masculinos, con la salvedad de que se les permite vivir su sexualidad de manera distinta.
Quedan muchos temas por abordar y pensar dentro del fenómeno que es el yaoi, en este trabajo solamente comparto algunas de mis conclusiones después de años de buscar respuestas y con el deseo de entablar un diálogo con quienquiera que lea estos temas. El hecho de que la violencia contra la mujer, el abuso se repita incluso en las fantasías en donde al cuerpo se le permite expresarse y desear es preocupante. Me inclino a pensar que no son las chicas con deseos sexuales altamente activos las que están podridas, sino que son un choque para una sociedad que poco puede aceptar los cuerpos que residen en él, que desean de formas diferentes, y que, espero, tarde o temprano saldrán terminalmente de la verdadera podredumbre que se espera de ellos.
Carmen L. Paczka es estudiante de letras modernas y lengua inglesa en la UNAM. Sus intereses abarcan la narrativa, la filosofía en la literatura y la poesía, la cual ha publicado en algunas revistas literarias. Actualmente es ayudante de investigación en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM y trabaja en su tesis.