Estos poemas de Renato Paxi tiene un ritmo y una presencia poética que recuerdan el día, lo cotidiano, pero también lo perverso y la dulzura.
K.M.C.
Who the fuck was Roland Phoenix-Olgard?
Roland Phoenix-Olgard
at five hours, two minutes, forty-seven seconds,
at 42.3314287, -83.0457533,
on the cold third day of January of the year nineteen
[seventy-one after Christ our Lord
—that was conceived by the work and grace of
[questionable historians
without meaning that the concept of faith is not
extremely interesting and convenient—
had several thoughts about his time on Earth
lying on a ruined mattress
and he had an idea for a poem
that he fucking loved.
Roland had a job in a pipe factory
located in the curls of downtown Michigan
[Those streets were black spinning wheels interspersed
[with each other,
home of darkies and beats]
marked his entry at seven fifty-five / his departure was
[not recorded,
he dressed appropriately
with his always impeccable, metallic blue uniform,
and his soft temper.
The poem was about America
about the modern world,
about the smell of a woman who got halfway stranded
between the shoulder blade of a filthy hippie
and the scapula of a model housewife,
A Hollywood goddess capable of overwhelming automation
and, at the same time, put the driver’s seat of a Ford up.
In the poem, Roland drove that Ford
for Colombian vespertinas
through the deep ports of Indonesia
taking away the bolides and the shoal
to offer this beautiful strangeness to Valhalla
regardless of who he was and where he come from,
regardless of the scattered papers
scrawled with bad poems
about ordinary girls
and the end of a life.
Roland was exhausted by work, so he fell asleep heavily
on some flea market sheets
and a few strips of the times.
Ten hours later
he couldn’t even remember his daughter’s name
nor how to get to Valhalla in his inter-oceanic Ford,
straightened out by a nameless, faceless entity,
balance of nothing coming from anywhere
despite his hideous poems
while the world was swarming with Fordels
(still is)
and America was turning them into conformist
[neo-proletarians—
some of them remained so-called poets—
they could never get a fucking sonnet published
in any mediocre print run,
forever and ever
amen.
[reprodúceme]
(…) Oh, I live in a city that lives in a different age
where all the poets are writing up wires
And i’m just singing songs.
Current Joys
sentado en la sala de espera al frente del módulo cinco de un hospital del seguro social escribí este poema. Quise que esta vez no tratara sobre mí, así que me puse a ver lo que había mientras escuchaba su voz en los auriculares repitiendo las mismas cosas con el entusiasmo de una niña. No había mucho qué contar: Las personas caminando lento, leyendo periódicos, mirando sus celulares moqueando o tosiendo, lamentándose, casi todos casi todos deseando con la fuerza errática de sus articulaciones estar en cualquier otro lugar menos aquí, casi todos incluyéndome a mí pero todo era sobrellevable con su voz en los auriculares. Sentado en el reino blanco del tedio miré un rato a la señora de la limpieza pasando por el pasillo a mi derecha sin limpiar. Parecía buscar a alguien. Al otro extremo de la sala los pacientes aguardan, se impacientan, comienzan a joder al personal, subo el volumen la señora de la limpieza vuelve en sus pasos y [no encuentra lo que sea que esté buscando. Veo a un niño escupir en el piso pero incluso el charco oceánico de su saliva es ferozmente aguantable con su voz en los auriculares. Débora arrojó treinta y nueve en el termómetro y las señoras a su alrededor conversan sobre frío y [pulmones “este clima está loco” —repiten igual que el salmo responsorial. Un hombre en silla de ruedas no se mueve. Alarmado, me acerco a la enfermera del módulo cinco señalando al hombre en silla de ruedas a dos metros suyo que no se mueve. Ella llama al doctor Valdivia por el interlocutor con un tono grave y displicente. El doctor Valdivia no aparece. La señora de la limpieza advierte a unos niños que no se corre en el corredor. Débora se pierde en el griterío de las señoras enfermas y un poco repugnantes, y siento que me estoy ahogando en el lago volcánico [de saliva todavía sin limpiar, y a nadie parece importarle que el puto doctor Valdivia [no aparece y el hombre en silla de ruedas no reacciona ni sacudiendo su hombro, ni llorando su pérdida, ni gritando en medio de la sala de espera de este y todos los hospitales del seguro social que el fin del mundo se acerca pero esto todo esto es magnánimamente soportable con su voz en los auriculares.
torrente sanguíneo
(…) And I wish I could change, but I’ll probably just stay the same,
and I wish you could see the Lord
but this song is a joke and the melody I wrote, wrote!
Current Joys
subiendo por la yugular que otrora le sirvió de escaparate a la huella de sus besos no quiero ya que me mantengas vivo torrente sanguíneo impulsado por la bomba aórtica que, se supone debiera caducar acorde a la fecha de caducidad de mis emociones y por favor arráncame de tu crucial privilegio y escapa, como petróleo de barco intercontinental zarpando a las costas de una mejor nación, matando a su paso y por dios, véngate de mí y de mi mal uso de tus facultades quiero que dejes en mí un número indeterminado de [espacios vacíos; sobrepasa el límite de alcohol permitido en cualquier callejón rastrero y curvilíneo, en cualquier carretera nebulosa y nocturna torrente sanguíneo: lamento haber inyectado su nombre en tus glóbulos, siento haberme tatuado su adiós en el pecho, y por favor aléjame de este derecho inherente, confundiéndote con la pólvora malgastada y explicándole la razón de los espacios vacíos.
Renato Paxi Oyanguren (Arequipa, 1998). Estudia Derecho en la Universidad La Salle de Arequipa. Obtuvo el primer lugar del concurso de poesía «Covid-19» de la editorial Almandino, además de una mención honrosa en el concurso «Poemas desde el encierro» del grupo «El laboratorio: Escrituras y Transtextos». Ha sido publicado en «Distancia», tercer número digital del Fanzine Latrue de Lima.