Erszébet atrapamoscas // Brenda Trejo

Brenda Trejo construye una poética del cuerpo a través de la imagen de Erszébet Báthory. En su ensayo se tejen las sutiles relaciones de la sangre, la vitalidad y el hambre. Sirve pues, como espejo para este personaje, la extraña naturaleza de la Venus atrapamoscas, que bien podría pertenecer a otra realidad, como la misma condesa sangrienta.

J.G.


Erszébet atrapamoscas

Hay quienes desean explicar la pasión carnívora de Erszébet Báthory: la condesa que desangró cuerpos de doncellas en Transilvania. Las premisas son variadas y ambiguas entre la brujería, la literatura, licantropía, y la psiquiatría; pero bajo ningún análisis es posible revelar su tentación hacia la sangre. La recurrente invocación de su espíritu en obras especializadas y de vulgo, la colocaron en el escaparate de personajes eróticos relacionados con el horror. No hace falta comprobar la veracidad de una vida para construir un relato de la misma. Cada autor inventa a su propia Erszébet Báthory. Una célebre versión en la literatura es La Condesa Sangrienta, biografía escrita por Valentine Penrose a quien le interesó retratar con belleza poética el aspecto de la condesa y su castillo; los crueles crímenes que cometió. El cineasta polaco Walerian Borowczyk le dedica siniestras escenas en la película Cuentos inmorales en donde puede verse a una Erszébet encarnada en Paloma Picasso.El filme fue censurado en festivales de cine por encarecer la sensualidad que puede haber en lo cruel. Otras intenciones recurren a Báthory por inspiración para construir otras vidas perversas. En su novela, La hiena de la Puzsta, Sacher Masoch usa los motivos salvajes de la condesa para dramatizar la tendencia de los personajes a provocar dolor en cuerpos ajenos.  Entre estas interpretaciones está la mía, que es la versión de una planta: la Venus atrapamoscas.

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Algunas plantas carnívoras comen en silencio; otras, hacen crujir el cuerpo de un insecto. Hay entre las plantas una condesa conocida como la Venus atrapamoscas. Esta dama de hierba es pequeña de estatura. Tiene hojas de poco menos de diez centímetros que terminan en una trampa parecida a una boca con dentadura no humana. Dentro de sí contiene jugos sensuales que son el principal recurso de su coquetería, destila un aroma apreciable sólo por los insectos que poseídos se le acercan. No necesita interrumpir su reposo en la tierra húmeda donde habita para atrapar inocentes criaturas. Para que la Venus entre en acción es preciso tocarla. En las trampas tiene hebras puntiagudas y sensibles que no confunden a las gotas de la lluvia con el peso de su presa. Una vez que la mosca se interesó en ella, se posa sobre su boca y le entrega enamorada su corazón tierno. La mosca no podrá escapar tras su captura. Líquidos mortíferos segregados en las trampas la disuelven convirtiéndola en un cadáver nutritivo.

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En silencio Erszébet Báthory se sienta erguida en el trono de su castillo de Csejthe en el ahora inexistente Reino de Hungría. Decoran la palidez legendaria de su rostro los cabellos que tienen el color soberbio del oro y un collar de perlas robustas. Sus ojos dementes contemplan los muros de la habitación donde la tenue oscuridad cae sobre máquinas de tortura. Espera con paciencia a las jóvenes muchachas que llevarán las viejas y cómplices sirvientas. Mientras, alrededor suyo una polilla hace piruetas en el aire. Impasible ante el zumbido, aguarda el momento exacto. La polilla se aproxima despistada, se coloca sobre la manga de su vestido y en un astuto movimiento deja caer su mano blanca sobre el insecto. Tras el crujido que provoca la muerte, Erszébet sonríe, satisfecha.

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La virgen de hierro es el nombre de una máquina con parecido humano atribuida a los procesos de tortura y ejecución de personas. Su anatomía de hierro era del tamaño y apariencia de una criatura humana y femenina. Una réplica del original fue construida en el castillo de Csejthe con semejantes rasgos de su dueña. De un retrato de Erszébet a los veinticinco años puedo inferir su rostro laminado: maquillada y enjoyada, con rubios cabellos que llegaban al suelo, los labios dispuestos en una sonrisa y los ojos fijos hacia la presa. El mecanismo para atrapar doncellas comparte rasgos botánicos con la Venus atrapamoscas. De carácter pasivo, en sus brazos se coloca a una criatura. Se toca una de sus joyas y en un maquinal abrazo, cinco puñales que salen de sus pechos atraviesan a la doncella viviente. Báthory, en su trono, escucha atenta los gritos y jadeos de las jóvenes. Este lúgubre espectáculo tuvo otros rituales: las mujeres asesinadas fueron las propias doncellas que la asistieron en el cepillado de su cabello, en la limpieza del castillo y en su propio vestir. Otras mujeres, llevadas a su siniestra morada especialmente elegidas por su belleza y edad virginal. A todas les clavó alfileres en las uñas y los pezones. Se ha justificado que lo hizo por castigo de algún error doméstico, pero acaso una mujer ya era concebida como una planta: fácil de arrancar de sus raíces para arrojarla a otras tierras para desaparecer entre su propia clorofila. Se ha dicho que no era el placer de castigar a sus siervas lo que provocó su fascinación por la tortura sino la sangre encharcada en el suelo, en las paredes y en su aterciopelado vestido rojo.

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La sangre es un atlas útil para la exploración de los fenómenos humanos. Por sus propiedades alteradas se pueden inferir las enfermedades de una persona y el análisis de su rastro determina la genealogía a la que pertenece. En 1560 la familia de los Báthory se unió a los Ecsed. Una materia oscura fluía en la sangre de ambas familias. Por su temperamento salvaje, dos hermanos Báthory fueron guerreros preferidos por los reyes para enviarlos a las batallas. No dudaban en encajar el hierro en el pecho de sus oponentes. Los Ecsed salpicaron sangre durante su reinado. Habrá sido inevitable la transmisión de la crueldad al organismo de la condesa. Cuando ella brotó en el humus de Hungría, las irrigaciones de sangre habían sido abundantes por los combates entre los turcos, sajones, dacios y alemanes. Hungría posee el adecuado fertilizante para germinar seres vampíricos: Drácula nació en esta misma tierra.

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Como atributo del nacimiento y el deceso, la sangre es un elemento indispensable en la alquimia —disciplina precursora de la química y la medicina— para estudiar la capacidad de algunos elementos de la naturaleza que podrían conceder la vida eterna. Esta búsqueda filosofal también fue una actividad de la hechicería en los tiempos de Erszébet. La sangre, según le enseñó Darvulia, una destacada hechicera de su tiempo, es el nutriente constitutivo para lograr la preservación de la juventud.  Esta agua roja vuelve a la piel aterciopelada. Pero no basta enjuagar las manos con la sangre. Hace falta destazar con tenazas la carne de los cuerpos, vaciarlos para llenar una bañera, entrar desnuda y sumergirse hasta la cabeza; abrir la boca y dar algunos sorbos. Insaciable, tomó baños de sangre virgen, repitiendo su gozo hasta el día cuando la corte convocó su juicio.

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Para plantar una Venus atrapamoscas es necesaria una humedad viscosa. Aislada en los pantanos, donde el suelo es deficiente en minerales, esta planta se acostumbró a la pureza y la soledad. El agua que la satisface no puede ser otra que la virgen: muere lentamente si entra en contacto con agua doméstica que rebosa de nitrógeno y sales. Debido a sus placeres insólitos, la Venus rivaliza con otras plantas. No es posible hacerla convivir en un jardín junto a las margaritas o el rosal. La carnívora reclama una única forma de supervivencia: no hay que regarla nunca por encima, no soporta que la luz solar caliente sus hojas por largo tiempo y en invierno es imprescindible encerrarla en una habitación.

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En un castillo mal alumbrado y de lajas negras, escasas ventanas, laberintos subterráneos, edificado en la tierra fría de un bosque, entre una viscosa humedad que impregnaba las paredes, vivió y murió la condesa. Los cadáveres de las mujeres fertilizaron el suelo. La prolongada ausencia de su marido, consecuencia de su participación en las guerras de Hungría, la dejó en soledad para gozar de los cuerpos mutilados. La Venus atrapamoscas, solitaria en su terreno, se convirtió en una trampa capaz de atraer y devorar a sus presas. Es verdad que Erszébet jamás comió carne femenina pero también es cierto que el deseo por la sangre convierte en un potencial depredador a quien lo experimenta. Para explicar este apetito voraz, William Seabrook —explorador de la metafísica y la filosofía—, recurre al análisis de los colmillos porque en su sentido arqueológico la dentadura es verdadera reliquia para revelar los vicios de su dueño. En su libro The book of werewolves, afirma que en todos los humanos existe un impulso carnívoro, un amor sinvergüenza que devora lo que desea y son los colmillos sus eficaces artefactos para satisfacerse. Es comprensible que Seabrook compare el feroz apetito de Erszébet con el de un lobo:  en el escudo de la familia Báthory habitan los colmillos nacarados de alguna bestia, abrazados por un dragón. Los colmillos asombran por su explicación semiótica pero no terminan de esclarecer el misterioso apetito de la condesa. Una autopsia teórica del estómago tampoco sería convincente. No existe un historial médico donde se condene a Erszébet por alguna enfermedad. Una manera de analizar este apasionado impulso sería pedirle a Erszébet que se recostara en el diván, invitarla a decir lo primero que viniera a su mente y escuchar con atención. Pero no hablaría porque lo que se sabe de ella está escrito en los papeles jurídicos de Hungría, con las palabras de las sirvientas que vivieron y ayudaron en las torturas en el castillo. Ella se negó a usar sus palabras aristócratas en su defensa. No dejó diarios ni cartas escritas. Incluso el método psicoanalítico hubiera sido inútil. Con la dificultad que se presenta para invocar el fantasma famélico de la condesa, me atrevo a inferir desde mi propia hambre.

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El hambre se me presenta bajo diversas formas: si no he probado alimento, mi estómago me impone una transformación que me obliga a la caza en el refrigerador. Como miembro de una especie, esta manera del hambre es puro instinto de conservación. Los humanos, hay que aclararlo, tenemos impulsos naturales como las bestias. Otra manifestación del hambre ocurre por sugestión de una glándula invisible que algunos llaman alma y que otros, considerando las honduras teóricas para explicarla, prefieren nombrarla como órgano de los deseos. Como órgano, los deseos son para el alma sus nutrientes. La dificultad de esta metáfora está en que a diferencia de los verdaderos nutrientes que son vitaminas o minerales y se pueden encontrar en los alimentos, los deseos carecen de materia propia y para su expresión necesitan una en la cual encarnarse. Carne simbólica. Su intención es ser visibles, aromáticos, tener textura. Hace días estaba interesada por quitarle gravedad a mis sentimientos; comí lechuga. La glotonería de Erzsébet proviene del órgano de los deseos porque Erzsébet anhelaba la belleza que tiene la juventud. El cuerpo de las muchachas fue materia exacta para su encarnación. Hambre especializada, no cualquier filete colmará la sensación de voracidad. Esta singularidad del filete obliga a su búsqueda con la misma fuerza que provoca el hambre del estómago. Erzsébet seleccionó entre las mujeres que a su deseo le parecieran jóvenes y bellas, deliciosos filetes sangrantes.

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Diversos vegetales fantásticos como el árbol de Madagascar, el Ya-te-veo, la planta serpiente de la Sierra Madre en México y el árbol vampiro, son emparentados con el reino carnívoro de la Venus atrapamoscas por ser devoradores de hombres en algunas novelas de ciencia ficción. Pero la Venus no saborea pellejo humano. Le interesan los cuerpos dulces de los insectos. El posible origen de estos rumores se encuentra en una carta apócrifa de John Ellis a Linneo donde está escrito que la carnívora tiene la apariencia de un monstruo. Si miro a través del lente deformador de la imaginación, es cierto que tiene el aspecto de la Hidra: las trampas verdes que tiene en la punta de sus tallos parecen bocas abiertas con colmillos afilados. Otra manera de concebirla es como una criatura que mira y vigila a quien la ronde. La forma cóncava de las trampas tiene el parecido con la cuenca de un ojo con los párpados abiertos. Las delgadas púas sugieren las pestañas. Tal vez Ellis no exagera en considerarla un monstruo. Los monstruos son criaturas que no pueden ser. Imposibles lógicos. La teoría psicoanalítica asume sin reservas el supuesto de que los procesos anímicos de la especie humana se rigen por dos principios. Guiarse por el del placer significa satisfacerse con inmediatez sin considerar las imposiciones del mundo exterior. La realidad —el otro principio que rige  a los humanos y que regula al del placer— obliga a conducirse según las reglas implícitas de una situación y enseña a la vez a mirar al mundo desde esta perspectiva normalizadora. Quien actúa en oposición actúa como un monstruo pues “es contrario a la naturaleza por diferir de forma notable de los de su especie”. Hay algo anómalo en la apariencia de la Venus que no coincide con el de otras plantas que pertenecen a nuestra realidad acostumbrada. Tampoco es usual su funcionamiento. Esta planta digiere insectos, tiene un estómago. Es una criatura que pertenece a dos especies a la vez. 

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Cuando Erszébet brotó en el mundo era totalmente humana. Acaso, si creemos en la poesía y en el psicoanálisis, es posible comprender que, bajo la apariencia de una persona, cualquiera podría pertenecer a otra especie. O así entiendo estos versos de Marosa di Giorgio:

Mi alma es un vampiro grueso, granate, aterciopelado. Se

alimenta de muchas especies y de sólo una. Las busca en la

noche, la encuentra, y se la bebe, gota a gota, rubí por rubí.

Excedida por su principio de placer, el alma de Erszébet exigió a su dueña la sangre, gota a gota, mujer por mujer.

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Para torturar a una Venus basta con exponerla al sol sin agua suficiente para que se mantenga húmeda; verter abundante agua hasta inundar la maceta. Poco a poco los hongos hambrientos aparecerán en los tallos para devorarla. Colocar insectos muertos dentro de las trampas para obligarla a comer. Si se añade fertilizante, la Venus morirá lentamente envenenada. El aspecto de esta planta cuando muere es parecido al de un cuerpo torturado: las bocas medio abiertas como si hubieran querido decir algo, negras y putrefactas;  desprendidas del tallo que las sostuvo.

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Ningún habitante del pueblo denunció la desaparición de las muchachas, la muerte de cada una fue posible por un pacto de silencio establecido entre la condesa y el pueblo a cambio de ropa y dinero. Encontraron los cadáveres de las vírgenes. Encontraron a la Virgen de hierro, los alfileres, la tina de baño todavía con agua sanguinolenta. Todos los objetos quedaron encerrados con la condesa en el castillo de Csejthe donde murió, después de su condena, en el suelo, boca abajo.

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La diosa Diana tiene una pasión por la caza con la forma de una planta carnívora. En la misma carta que escribió a Linneo, Ellis compara la actividad de la Venus atrapamoscas con la diosa cazadora. El nombre natural de la atrapamoscas es Dionaea muscipula. No es precisa la referencia que aclare por qué se le concede a la carnívora el nombre de Venus, diosa del amor y la sensualidad. Acaso hay una relación entre el amor y la cacería; el hambre y la sensualidad. 

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Que la Venus atrapamoscas sea carnívora no excluye que determinados animales puedan sentirse atraídos por ella y se la coman, chupen su clorofila. Hay que cuidarla de las pulgas y de las cochinillas. Que Erzsébet Báthory sea famosa por su hambre mortífera no descarta la posibilidad de que hubiera tenido, tal vez por un instante, ternura hacia la carne.


Brenda Trejo (1990). Nació en Monterrey, Nuevo León. Tiene interés en el psicoanálisis y la literatura. Estudió una licenciatura en psicología y una maestría en psicoanálisis. Fue becaria del Centro de Escritores de Nuevo León y para la Fundación para las Letras Mexicanas.

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