Catabólisis // Aura García-Junco

Una casa es un ente orgánico. Una casa es una pieza de fina maquinaria. Una casa es un estómago lleno de carne filial. En el presente texto de Aura García-Junco nos enfrentamos a una articulación del hogar que enhebra por el ojo de una aguja una línea de vidas consumidas por la casa familiar. El espacio doméstico toma dimensiones inquietantes al consumir generación tras generación en un espacio de parálisis. Haciendo honor al título, la corporalidad de las habitantes de este hogar es degradadas gradualmente hasta convertirse en un mero nombre con un rastro de nutrientes para terminar de ser consumidas. El ver lavar los trastes y barrer mecánicamente se vuelve el atestiguamiento inquietante de un encierro carnívoro.

E.L.A.


Catabólisis

0.UNA CASA   

La casa es de cemento gris y sin adornos. Cuadrada como caja de huevo. De una grosera desnudez, diría quizás un caminante, si tal persona pudiera existir en un lugar tan aislado. El abuelo dice en cambio que combina perfecto pues así es Zumpango, árido y plano. Aquí, la hierba que crece, amarillenta, más que embellecer afea, como un lunar peludo en medio de una mejilla de niño. El huerto es feo, las gallinas son feas, las vacas, escuálidas. Los conejos tienen, todos, los ojos rojos y se orinan sobre la gente, que somos nosotros.

I.COMIDA

Tres generaciones en la misma casa. Somos 8: el abuelo Simón, mis tías, Erandi, Mariela y Satya, con sus esposos, Juan Carlos, Emilio y Santiago. Y yo, sola, la única nieta, la única hija. “Hija”, todos me llaman así, hasta el abuelo. Muchos humanos para este espacio tan pequeño. Funcionamos, sin embargo, como una máquina perfecta. Todos sabemos exactamente lo que tenemos que hacer. Yo lavo los trastes y barro la sala. Ni un centímetro más allá de lo que me corresponde. Las tías limpian de igual forma los cuartos que les tocan. Los tíos también tienen una labor bien definida: no hacer nada. Siguen el guión de manera precisa. No hacen nada en la mañana, no hacen nada en la tarde y, por supuesto, no hacen nada en la noche. Mi abuelo cultiva él solo la huerta y alimenta a los animales. Yo le ayudo dos días a la semana, sin que él se dé cuenta porque si no, se enoja. Los días avanzan lentos y regulares.  

II.BOLO

De manera inesperada la casa se partió en dos. De tajo. Fue ayer en la noche. El cruce ocurrió casi al centro. El corte la dejó con los intestinos de fuera y nos dividió en dos. Mis tías y yo nos quedamos abajo a la derecha, donde limpiábamos. Mis tíos, arriba, a la derecha, donde dormían. Mi abuelo está a la izquierda, viéndonos a través de la zanja que se creó en el suelo. Nos podemos mover de un lado a otro, pero estamos estáticos.

III.INTESTINOS

Pasó de nuevo. Esta vez la casa se sacudió lateralmente. Las paredes se desmoronaron y los muebles cayeron en todas direcciones. El piso, sin embargo, sigue intacto salvo por la fisura a la mitad. Es difícil saber el estado de nuestros cuerpos porque está muy oscuro. El espacio se ha achicado a nuestro alrededor. Los escombros tienen la culpa.

Gritamos nuestros nombres en orden: Simón, Erandi, Mariela, Satya y Juan Carlos, Emilio y Santiago. Luego yo, grito ¡hija!

Hay algo extraño: las voces del abuelo, de mis tíos Juan Carlos y Emilio y de mi tía Satya suenan a mi lado. La de mi tía Mariela suena donde estaba antes mi abuelo. Y los demás, Santiago y Erandi, están en el segundo piso. Todos se han movido menos yo.

IV.CECÓTROFO

Queremos salir al sol. La situación se ha vuelto insostenible. El abuelo es el principal obstáculo. Con su terquedad habitual se niega a mover un dedo. Finalmente lo convencemos. Es hora de movernos. Contamos todos hasta tres. No, no somos todos. Hay menos voces de las que deberían ser. Volvemos a enumerar nuestros nombres en orden: Mariela, Satya, Juan Carlos, Emilio, hija. Segundos después se escucha un desairado Simón. ¿Santiago?, ¿Erandi?, desde el segundo piso se escucha movimiento. Tardan un rato en contestar. Las voces, débiles, se oyen como que están juntas, a milímetros la una de la otra. El tío Santiago y la tía Erandi se rehúsan a bajar. De la esquina del tío Juan Carlos emerge un suspiro. Tía Satya pone fin a la situación: nos vamos a ir ahora, con o sin ellos. Comenzamos a escarbar. Llegamos a la puerta que milagrosamente sigue intacta. La abrimos. La luz del sol nos impacta los ojos y nos los tapamos. El aire afuera es tan distinto.

V.FECA

Desde afuera podemos ver el interior del cuarto de arriba. Luce como una casa de muñecas a la que le falta un lado. Santiago y Erandi nos miran desde atrás de los escombros. Sólo sobresalen sus ojos. Erandi pregunta algo con voz fuerte. Enumeramos nuestros nombres de nuevo: Mariela, Satya, Juan Carlos, Emilio, hija. El abuelo no está. Se escucha su grito dentro de la sala. Es un grito agudo y raro y la casa se agita un poco. El crujido es el inicio: la parte derecha de la casa se está desparramando. Se deslava como pasa con las cosechas las pocas veces que cae un aguacero. El río de cemento muerto se traga a la tía y el tío y el abuelo. Para reafirmar nuestra tristeza, gritamos nuestros nombres: Mariela, Satya, Juan Carlos, Emilio, hija.

VI.CECÓTROFO EN LA BOCA

Estamos incompletos, pero tenemos que seguir viviendo. El derrumbe fue preludio de lluvia. Está cayendo un aguacero. Nos cubrimos en la parte izquierda de la casa, a la que entramos por una ventana. En la cocina, devoramos todo lo que hay. Mientras comemos, los conejos blancos llegan. Una vaca se asoma por la ventana. Trae en el lomo a tres gallinas, que saltan adentro, inconscientes de que sólo nos hacen querer comerlas. Las conservaremos para mañana. Las tías insisten en limpiar el pedazo de cuarto que les corresponde. La lluvia se cuela por el centro herido de la casa pero ellas tallan con brío. Tío Juan Carlos y tío Emilio se recuestan en el sillón, quieren recuperar la normalidad. Lavo los trastes.

VII. UNA CASA

La casa es de cemento gris y sin adornos. Tiene forma de resbaladilla, más chica de arriba que de abajo, y con una parte reclinada, que deja ver el interior. De una grosera rugosidad, diría quizás un caminante, si tal persona pudiera existir en un lugar tan aislado. El tío Juan Carlos dice en cambio que combina perfecto pues así es Zumpango, roto y áspero. Aquí, la hierba no crece más que para ser demolida por el sol. El huerto está marchito, la gallina es fea, la vaca está muerta. Los conejos tienen, todos, los ojos rojos y se hacen popo sobre la gente, que somos nosotros.

VIII.COMIDA

Dos generaciones en la misma casa. Somos 5: mis tías, Mariela y Satya, con sus esposos, Juan Carlos y Santiago. Y yo, sola, la única hija. “Hija”, todos me llaman así. Muchos humanos para este espacio tan ajado. Funcionamos, sin embargo, como una máquina perfecta. Todos sabemos exactamente lo que tenemos que hacer. Yo lavo los trastes y barro la mitad de la sala. Ni un centímetro más allá de lo que me corresponde. Las tías limpian de igual forma el cuarto que les toca. Los tíos también tienen una labor bien definida: no hacer nada. Siguen el guion de manera precisa. No hacen nada en la mañana, no hacen nada en la tarde y, por supuesto, no hacen nada en la noche. Los días avanzan lentos y regulares.  


Aura García-Junco (1988)  escribe narrativa y ensayo, y es traductora. Ha colaborado en revistas y en proyectos de investigación sobre literatura clásica y medieval. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas y actualmente del FONCA. Su primera novela, Anticitera, artefacto dentado fue publicada en 2019 por el Fondo Editorial Tierra Adentro.

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