Eduardo Zapata nos sumerge en un pueblo donde no parece suceder nada extraordinario. Por medio de un niño, nos muestra los estragos de la indiferencia y el abandono, no solo del núcleo familiar, sino de la sociedad misma; pero, a la vez, como un acto de maldición donde no podemos huir de nuestro destino.
K.M.C.
Conejos
Hace dos meses, cerca de la plaza, un conejo se detuvo junto a la ventana de un niño. Lo había seguido desde la escuela, a través de las calles, mirándolo fijamente. El niño vivía solo.
Sus padres lo habían enviado a vivir con una tía anciana mientras terminaba sus estudios. De donde él era no había dónde cursar la primaria mayor y mucho menos la secundaria. La tía se debía encargarse de cuidarlo, hacerle de comer y llevarlo a la escuela. Ese era el arreglo y a partir de entonces los padres pudieron desentenderse. Pero, a su edad, la señora apenas podía cocinar. El niño supo muy pronto que él cuidaría de ella y no al revés. Y así lo hizo por años. Cuando el niño cursaba el último año de primaria, la tía murió. Ya fuera por desinterés de los padres o por practicidad de todos, nadie vino por él, y pronto regresó a sus clases y a su rutina. Los vecinos lo saludaban y se ofrecían a ayudarle si necesitaba algo y, seguramente, avisaban a los padres que estaba bien cada cierto tiempo. O eso debía creer él.
Su casa era reducida y tenía solo dos ventanas por las que entraba escasa luz indirecta. Una de ellas daba a la calle y la otra daba a un terreno baldío de varios pisos de profundidad al que nadie tenía acceso. Los demás niños veíamos ese gran hueco como un campo de juegos al que no se tenía acceso por mero capricho de los adultos. Ansiábamos crecer y hacernos dueños de algún terreno así que fuera de todos y al que nadie le tuviera miedo.
Cuando el conejo se detuvo junto a la ventana de su casa, eran las dos de la tarde. La plaza estaba llena y la gente andaba a prisa por las calles. Pero frente a esa ventana, no pasaba nadie. Los transeúntes rodeaban al conejo cruzándose a la acera de enfrente o a una calle paralela. Mientras tanto pasaba el tiempo y el niño no salía.
Se asomaba de vez en cuando para confirmar que el conejo seguía afuera y volvía a ocultarse. Al anochecer, buscó por teléfono la ayuda de vecinos y de familiares lejanos, pero nadie contestó. La voz se había corrido muy rápido. Todos en el pueblo sabían ya lo que pasaba y los familiares y vecinos, que de ninguna manera iban a acercarse a esa ventana, preferían ahorrarse el diálogo incómodo en que tuvieran que inventar una excusa para no ir a salvarlo.
A la mañana siguiente, tras cerciorarse de que el conejo seguía frente a su ventana, el niño comenzó a llamar a gritos por ayuda. Si tenía suerte, seguramente pensó él, alguna persona podría acercarse y alejar al conejo el tiempo suficiente para salir de la casa. Gritó todo el día, pero nadie se acercó. Más de una persona quiso ayudar, pero siempre reculaban en cuanto veían al conejo. El niño siguió llamando hasta la mañana siguiente cada vez con menos fuerza. Siguió gritando, gastando su voz en cada intento, pero nadie fue. Antes de que terminara la semana, el niño ya no gritaba.
Una noche, cuando estaban todos dormidos, se escuchó un estruendo seco que venía de aquella casa. En la calle, el conejo ya no estaba. Los vecinos forzaron la puerta principal y entraron. Al fondo de la casa, la ventana estaba rota y a través de ella, en el baldío, entre ramas y escombros, estaba el cuerpo inerte y destrozado del niño. Había intentado escapar hacia el terreno trepando por la reja, esta se había roto dejándolo caer al vacío. Una ambulancia lo trasladó a urgencias, pero ya era insalvable.
Estos conejos acostumbran elegir a una persona en la que fijan su mirada decisivamente y la siguen hasta el hartazgo. No es raro hallarlos caminando por las calles de nuestro pueblo.
Eduardo Zapata (Guadalupe, Nuevo León, 1990) es guionista y cuentista. Estudió la Maestría en Estudios Humanísticos y da clases de guion y (a veces) de escritura creativa.
Excelente aportación por parte del Cuentista. Mis felicitaciones a Don Eduardo Zapata. Un cuento que nos muestra esas indiferencias de nuestra sociedad actual, la insensibilidad, la «frialdad»… Lo vemos a diario al realizar nuestras actividades cuando nos topamos en las calles con personas durmiendo en las banquetas, niños pidiendo monedas para poder comer. No seamos indiferentes ante esta sociedad. Reitero, mis felicitaciones.
Me gustaMe gusta