Reseña: Alguien camina sobre tu tumba // Mariana Enríquez

CUANDO YO ME MUERA NO QUIERO QUE LLOREN

Mariana Enríquez
Alguien camina sobre
tu tumba
Ediciones Antílope,
2019, 279 pp.

No recuerdo la primera vez que fui a un cementerio, pero sí la última. Había fallecido un tío de mi papá, el profe Chuy. Le gustaba mucho cantar y a mi abuelita le decía carnala. Cada que me veía, me contaba la anécdota de cuando, de niña, me perdí en el Parque de la Marimba en el centro de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas y me encontraron en el kiosko con los mazos en mis manos recibiendo instrucciones del músico para golpear debidamente las láminas de madera del instrumento. El día del entierro, unas tres semanas antes de que comenzara el confinamiento, un familiar se acercó y me dijo: ¿sacando material para escribir? Le respondí con una sonrisa. La viuda de mi tío contrató una banda estilo sinaloense para el funeral. Ella incluso cantó mientras el cuerpo descendía tres metros bajo tierra. Solo visito cementerios cuando voy a despedirme de alguien, y resultan ser, también, un momento de reunión familiar, de reencontrarme con caras amigas, un oxímoron entre tristeza y dicha.

El primer texto que leí de Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) fue Las cosas que perdimos en el fuego. Tomaba un taller de relato con Elma Correa y nos asignó el cuento de Enríquez como una de las lecturas base. Desde entonces, he releído el cuento unas quince veces. A los años, llegó a mis manos Alguien camina sobre tu tumba (Ediciones Antílope, 2019). Un libro que recopila diecisiete textos que podemos clasificar entre la crónica de viajes y el ensayo. Enríquez, quien estudió Comunicación Social en la Universidad Nacional de La Plata, nos lleva a recorrer ciudades bajo el pretexto de su gusto por los cementerios. Desde Australia, Europa, Norteamérica, hasta el cono sur para llegar a su natal Argentina. Los textos no se presentan en orden cronológico y oscilan entre los años 1997 y 2012. La mayoría de 2009 para acá.

Por medio de los textos, conocemos no solo los cementerios que ha visitado Enríquez, sino también la ciudad que rodea cada panteón. Identificamos momentos históricos desde la Edad Media hasta la actualidad, nos da lecciones de Historia del arte a la par que nos presenta a personajes reales que dan forma a la serie de acontecimientos que vive la autora. Pero, por otro lado, conocemos más de quién es Mariana Enríquez: identificamos algunas de sus obsesiones, de sus influencias literarias, aspectos de su vida. Por qué odia a los perros, a qué se dedica su madre, dónde trabaja, quién es su pareja. La vemos crecer y madurar durante más de diez años. La crónica más vieja es de 1997, cuando ella estaba en sus veintes y tiene un amor efímero en un cementerio de Italia; las más actuales son de 2012, tiene una relación estable desde hace años y muchos de esos camposantos los caminó con él.

De los diecisiete, mis favoritos son los siguientes: La muerte y la doncella, La niña ausente, Ciudades de los muertos, Los perros negros, Un hueso de los inocentes y La aparición de Marta Angélica. Las crónicas con las que abre y cierra el libro, otras dos que retratan ciudades al sureste de Estados Unidos, otro sobre dos panteones de Guadalajara —este me gustó más que nada por hablar de México y el Día de Muertos— y uno donde nos cuenta su travesía en París. Me detengo en las descripciones que hace de las esculturas. Es precisa y generosa con sus palabras. Me hace recordar mis clases de Antropología del arte en preparatoria. Habla de materiales, estilos, sensaciones que provocan. Me imagino ahí frente a ellas con síndrome de Stendhal y, a la vez, con un poco de miedo. Nos relata todas las leyendas y supersticiones que rodean a los mausoleos. Deja claro que ella, a diferencia de mí, no tiene temor.

Tenía unos ocho o nueve años cuando acompañé a mi abuelito, Don Willy, a recorrer los panteones un 02 de noviembre. Iba a ir solo, así que mamá me dijo que fuera con él. Se puso contento. Subió al carro una hielera con espacio suficiente para dos botellas de agua y un juguito. También un par de herramientas para limpiar las lápidas y unos arreglos que él había preparado: recortes de periódico, unos guantes de box, algo de comida. Llegamos primero al Panteón Municipal No. 2 que queda cerca de mi casa y la de mis abuelos —vivían a un lado o, mejor dicho, nosotros vivíamos a un lado de ellos—. Ahí visitamos la tumba de uno de sus hermanos, que era boxeador, y la de su mamá. Después, nos fuimos a Jardín de la Esperanza, un cementerio más grande a las afueras de la ciudad, rumbo al aeropuerto. Recuerdo que le dije que era un parque muy bonito. Sonrió y me dijo que no, que no era un parque, pero que sí era un lugar muy bonito. Yo veía colinas verdes y árboles y flores por todos lados. En una ciudad desértica como en la que vivo, eso es un bosque; es vida.

Hay dos recursos latentes en las crónicas de Enríquez: hablar de hechizos, magia, fantasmas y demás elementos paranormales, y el humor. Este último no lo había encontrado en su ficción, pero, en este libro, hay una suerte de ironía que suaviza las desgracias que rodea hablar de cementerios. En Un hueso de los inocentes, una joven Enríquez entra a las catacumbas de París y se deja llevar por un impulso pueril. La anécdota, aun en medio de huesos y desventuras, resulta tan divertida que olvidas el ambiente mismo en el que sucede la acción. El único momento donde abandona esa acidez que distingue su prosa de no ficción es en la última crónica La aparición de Marta Angélica. El tono de la autora cambia por completo para narrarnos lo que sucedió aquel día de agosto de 2011 cuando, junto con unos compañeros de trabajo, acompañó a una amiga al entierro de su madre. Un entierro que llegó 35 años tarde.

Este 02 de noviembre los cementerios estarán cerrados en el país por la contingencia sanitaria que atravesamos. Cada quien tendrá que honrar a sus difuntos en sus hogares. Tal vez compre un par de flores de cempasúchil y prenda unas velas. Conforme pasa el tiempo, tengo a más personas que recordar. Me prepararé un chocolate caliente y comeré pan de muerto mientras veo fotos de mis abuelos. Acá los esperaré.

Karla Michelle Canett (@ArreLaQueBarre).
Octubre de 2020
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