Estos poemas de Daniel Rojas Pachas son un ejercicio de flanear entre lo bibliográfico y lo personal. Una secuencia que invoca a los espíritus de algunos de los poetas peruanos más importantes del siglo XX. Que los celebra y a la vez los reta. Los proyectos de poética se convierten en una suerte de praxis personal, casi espiritual—una palabra sin embargo truculenta en un cinismo general que cobija a los textos. Se rescata un espíritu seco que raspa la garganta con un ritmo de estoques pausados.
Decía Hegel que buena parte de nuestras herramientas de juicio personales son en realidad herramientas colectivas que no reconocemos como tales. Pienso en estos poemas como la toma de consciencia de los modos de articulación ajenos sin los cuales no logramos conjugarnos. Esto no es un homenaje, es un ejercicio de autocartografía. Los escritores muertos son un medio puro, reapropiado y forzado a ser sostén de cantos futuros.
E.L.A.
VALLEJO[1]
Sorteando avenidas de conductores distraídos, repetimos -tu pequeña mano aferrada a la mía- a diario ese trayecto y me cuentas para que la idea me acompañe de regreso. Un seven eleven, una diminuta pastelería, un anciano sin dientes con sombrero [de paja barriendo las esquinas, puestos ahí como personajes y escenarios que jamás interrogaremos. Escuché que las personas que pasan mucho tiempo juntas, terminan llevando el mismo ritmo al caminar. Ahora sólo como frutas: mi cuerpo envejece y he comenzado a odiar todo lo que me distrae [de una lectura o imagen necesaria para aguantar largas horas. -El protagonista de esta historia [es otro / fuera de cámara -una melodía dulce -la tensión antes del disparo- -un ojo que rehúsa confrontar el terror y desliza su atención hacia una ventana [con el horizonte dibujando por el mar y pensar:
Presiento desde hoy un balance desastroso de mi generación, de aquí a unos quince o veinte años. […] Un verso de Neruda, de Borges o de Maples Arce no se diferenciará en nada de uno de Tzara, de Ribemont o de Reverdy.
Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla. Un eco de momentos felices. El amor: Mi madre sujetándome el pecho con su brazo mientras con la otra mano aferrada al volante busca evitar choquemos.
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EIELENSON
Paso las mañanas solo en este lugar, puedo escuchar a los vecinos salir de [sus departamentos. El agua que llena la cubeta del chico que limpia [todos los días el estacionamiento la música del pianista anónimo, dos pisos más arriba. Solía molestarme la repetición de las tonadas, [ahora extraño sus ensayos tener esas canciones todo el día en mi cabeza. El tiempo parece una broma que no entiendo. El dolor mismo es un juego trágico. Trato de terminar otra novela no sé quién puede interesarse por mis textos. Antes eso me robaba mucha cabeza, [veía una película o video y me sorprendía distraído fuera de foco, perdido en la trama pensando [en mis propias historias inconclusas. Todas las mañanas despido a mi hija con un beso. Ella corre hacia el patio donde están sus amigos. Regreso por las mismas calles, trato de recrear los pasos que di creo que ya no tengo amigos a los cuales llamar. Camino y busco completar mis historias, [imagino a mi hija, ¿qué hace en el colegio? la extraño y veo esos gigantes árboles frente a la iglesia. Me quedo un buen rato viendo esos árboles, un hombre entrena a un pastor alemán [en ese parque me gusta verlos correr de un lado a otro. Ancianos entran a la iglesia, se escuchan [canciones de alabanza el blanco edificio palidece frente a los árboles. Paso las mañanas cocinando y escucho viejas [canciones. Reviso el correo, trato de responder a esos [que se dicen mis amigos, ¿lo son? Respondo a quienes buscan mi ayuda e incluso [a quienes no conozco y quieren algo de mí. Me aburro con facilidad termino borrando muchos correos, respuestas [inconclusas quedan sin enviar y pierdo mi tiempo leyendo historias [que no me interesan. Personas que se quejan de su suerte, otras que [quieren maravillarnos con su éxito. Trato de acostumbrarme a esta soledad, [tan distinta a la que solía disfrutar. Ya no me importa qué piensen los demás respecto [a lo que escribo, quizá nunca me importó. Sólo trataba de convencerme. Mientras miro el fuego cocer una carne y espero mi esposa regrese a casa, darle un beso, [sentir el olor del shampoo en su cabello, debo ir a buscar a mi hija al colegio. En casa, sirvo el almuerzo. Mi hija me cuenta lo que pasó hoy en clases, tiene una compañera que la ofusca me hace reír escuchamos alguien subir las escaleras, el ruido [de llaves, trato de imaginar un final para la novela, algo en mí no quiere que esto acabe pasan los días y nada en verdad sucede el tiempo comienza a borrarme [y me siento feliz por eso.
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CÉSAR MORO
Ahora solo veo rostros infinitos rostros y gestos en los buses seguidos de largos túneles y calles repletas. Turistas en mi mundo como un camino que se pierde en otro continente cuerpos que no me dicen nada. Inevitable nos vamos quedando solos. Mis padres ya no están. Mi madre murió hace mucho y no he vuelto a la ciudad en que está enterrada. Mi padre yace enfermo en la cama de esa misma ciudad y es un reflejo frágil y tenue de quien creí conocer. Me cuentan en la lejanía de mí así llamado hogar de la muerte del padre de un así llamado amigo del cual con suerte puedo recordar el sonido de su voz. Pero tengo presente ciertos momentos en que nos reímos y pensamos creo quizá con ingenuidad que la amistad y esos momentos tendrían alguna trascendencia algo más que lo que otorga la nostalgia. Ahora solo veo rostros. Una niña y esa triste sonrisa que dedica a su madre otro cartel escritura sobre las nubes "Botellita de mezcal todo lo que digas se me va a olvidar"
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JOSÉ MARÍA EGUREN
Escribimos para perpetuar el miedo vengar silencios a los que jamás hubo acceso. Como el hombre ante los guardianes de la ley nos sacrificaron en favor de la historia y su margen. Heredades de una lengua, mutismos del ADN -en la puerta del horno se quema el pan- dice Vallejo y Lucho Hernández quizá hubiese sido un viejo [che su mare, viviendo al final de mi pasaje. Pobres palpitaciones. La nostalgia tras aprender a memorizar la tabla [del nueve, tristes noches de televisión por cable ¿a dónde fueron a parar todos esos rostros? /voces que nunca quisiste conocer en aquellos [años universitarios ¿a dónde fueron a parar? esas series de sábado a las seis de la tarde. El obrero baila al compás de los ramones, desubicado, pues no es la música que acostumbra. Violentar la fuente de soda con ciertas estridencias como un poema lleno de rimas caducas la santidad objetiva de los ojos, el éxtasis [del movimiento y una cadencia deplorable. ¿Es gratuito su llanto? ¿Por qué buscar la enfermedad en un cuerpo que [pide a gritos ser amado? Son las delicadezas tras una sopa fría y el recuerdo doloroso de una madre trabajando junto a su vieja radio hasta que claree. Tanta humanidad sacrificada en pos de unas imágenes.
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CÉSAR CALVO
-Llegué a tu ciudad, pero no me atreví a dejar el terminal. Sentí que algo vil enrarecido habitaba el ambiente. Fuerza bruta y violencia agazapada- migración aves que cantan como cerdos sobre las palmeras y el purpura sangriento de fondo. Lanzamos digresiones para una fiesta de té, pienso en el epígrafe -la sentencia en la mirada- esa colina sin voz de cualquier forma todas las colinas esconden miradas la estrella roja partiendo el cielo los cerros conectados por pasajes invisibles la técnica es la oscuridad.
/ morlocks bajo los puentes / ladrones de grasa a la vuelta de cada esquina / un odio reverberante y manos sucias, manos de pishtaco, tráfico hormiga, pasadoras reconstruyendo la arquitectura del contrabando,
la cumbia y el calor en la entrepierna. No hay banda no hay música pies en barro no hay banda no hay música solo un disparo eternizado a través del desierto. Al igual que un spaghetti western la supervivencia [a escala, un rostro sin forma para reiterar el llanto adjetivos tan comunes sentencias como estrellarse contra un saco de monedas, y el sol golpeando el bajo cráneo de quien arrastra [a su hermano por entre las dunas rumbo al despeñadero. Inmerso en su cruzada fraticida, Jagi desaparece ante el volumen de su carga. Pueblos quemados, y la carne dispuesta al abrojo una amiga dice - veo a una docena de inmigrantes [subir desesperados a una furgoneta rumbo al valle. Hay viajes sin retorno hermana, hay escalas que no merecen ser marcadas [en cualquier itinerario. El arte secreto de la cartografía incluye -retornar a la propia violencia reiteraciones que acentúan la pericia del observador.
[1] La actual generación de América no anda menos extraviada que las anteriores. La actual generación de América es tan retórica y falta de honestidad espiritual como las anteriores generaciones de las que ella reniega. Levanto mi voz y acuso a mi generación de impotente para crear o realizar un espíritu propio, hecho de verdad de vida, en fin, de sana y auténtica inspiración humana. (Vallejo, 1927)
Daniel Rojas Pachas (Lima 1983) Escritor y Editor. Actualmente reside en México a cargo de la dirección del sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo Barroco y Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla, y las novelas Random, Video killed the radio star y Rancor. Sus textos están incluidos en varias antologías –textuales y virtuales– de poesía, ensayo y narrativa Chilena y latinoamericana. Más información en su weblog: www.danielrojaspachas.blogspot.com