En el cine hay un género de películas de adolescentes que a principios de los dosmiles cobró mucha popularidad. En la mayoría de los casos, las películas son malas. Actores de casi treinta representando a personas de 16-17 años. Además de guiones reciclados, llenos de clichés y chamarras pomposas del equipo de fultbol americano en la escuela. En la literatura, en cambio, encuentro cuentos con personajes adolescentes con cualidades verosímiles: personas llenas de contradicciones, con las que identificas y sufres. El siguiente cuento de Zulma Rodríguez es así: te ves en cada acción, en cada deseo, en cada duda que de Lili.
La prosa de Rodríguez tiene un ritmo cargado de imágenes que explora esos momentos de adolescencia, de descubrimiento de la sexualidad, de nuestros cuerpos y sentires, de reconocimiento de los afectos.
K.M.C.
Experimental
Sedina y Lili eran chicas de diecisiete, compartían las clases, las frituras con salsa picante y la botella de refresco. Llevaban faldas a cuadros con líneas rosas, piernas largas y zapatos empolvados. Una tenía la piel color mostaza, la otra era de tez apiñonada y sufría de acné. Sedina quería ser realizadora videasta. Participaría en la convocatoria de Video Experimental Estatal para llevarse el primer premio, el segundo o el tercero. Obtendría algún lugar en ese concurso, lo sabía y lo quería; de algo serviría ser la fotógrafa oficial de las fiestas familiares. Decían que sabía encontrarle el lado a cada persona. Ella lo traducía en buscar la iluminación y composición adecuadas para lograr buenas imágenes. Invitó a Lili a participar con ella. Lili sugirió filmar la vida estudiantil: la apatía y la crítica escolar de la que intentaban salir ilesas. Sin embargo, Sedina creía que el tema del proyecto tenía que ser otra cosa, algo de mujeres exponiendo sus ideas. Sin duda hablaría sobre sentimientos, pero no lo diría tal cual; creía que los sentimientos como propuesta audiovisual se sobrevaloraban o bien que a las personas simplemente les parecía cursi. Tampoco quería darle demasiada importancia ni solemnidad al tema del video. Quería ideas con movimiento. Entonces pensó que tendrían que cantar y bailar. Grabarían mucho material. Sabía que algo ocurriría.
Con el dinero del premio remplazaría su vieja cámara digital; podría comprar un buen programa de edición. Futurizar era sencillo: tendría una casa productora con una cartera de clientes nacionales y extranjeros. Con prestigio y algo de fama también llegaría el dinero. Entonces Sedina solucionaría sus problemas de acné, deslizaría su tarjeta dorada en una clínica dermatológica porque las cremas limpiadoras no habían servido de mucho, en cambio, un doctor eliminaría las erupciones y cicatrices. Nadie la volvería a llamar: cactus o piña. También quería que parara ese mal sueño donde sabía que su cara estaba sucia y los granos crecían con velocidad acelerada. Lili estaba frente a ella, a punto de besarse. Pero en el último momento, Lili arrugaba la nariz, se daba la media vuelta y en cámara rápida se alejaba sin voltear jamás.
Sedina le contó a Lili que pensaba invitar a Jazmín a colaborar en el proyecto. Lili intentó entender ¿por qué Jazmín? seguro porque a los demás les gustaba escucharla cantar y además era bonita. Era la razón por la que entonaba el himno durante las festividades escolares. Por otro lado, a Sedina le divertía el ceño fruncido y los ojos acuosos de Lili. Niña berrinchuda. Era innegable que Jazmín era grosera. En una ocasión, le dio un jabón a Sedina y le dijo que, por favor, se lavara la cara. También era verdad que ambas creían que Jazmín y otras compañeras eran chicas tontas: descontroladas en la intimidad por alcanzar la belleza de una influencer, ansiosas por enredarse con chicos de la escuela o amigos en la red. Pero ese no era asunto de Sedina, pero sí lo era prepararse como creadora visual.
Durante la siguiente semana grabaron audios y videos: rostros y voces. Ellas perpetuadas en pixeles. Lili insistió en saber si Jazmín llegaría en algún momento. No estaba invitada, pero Sedina le hizo creer a Lili que sí. El material que necesitaban lo produjeron ellas: cantaron, recitaron poemas e hicieron mímica con movimientos exagerados. En una sesión, Sedina se desvistió frente a la cámara, Lili cerró los ojos y luego los abrió poquito. Sedina se quitó el uniforme escolar, se puso una camisa negra y un moño rojo de su hermano. Luego cantó algo de un chico enamorando a una chica; al final, se peinó los rizos con los dedos y aventó un beso a la cámara. Lili quería ese beso, y luego otro y otro, reproducirlos en bucle, un video sin fin en su memoria; ponerle filtros de colores, musicalizarlo con algo rítmico. Se obligaba a pensar en otra cosa; ella algún día conocería a un muchacho y se casaría. Ni siquiera conocía un poema que fuera de una mujer a otra mujer y tampoco le veía sentido a buscar algo que no quería encontrar. A veces deseaba odiarla y decirle que su rostro no se arreglaría, que un cactus siempre sería un cactus; en cambio, ansiaba acariciarle el cabello hasta que se quedara dormida; compartir su habitación, sin importar si discutían porque una quería dormir con la luz encendida y la otra no; detestaba sus ganas de ayudarla a conseguir un trípode y una cámara nueva. Lograba odiarla a ratos cuando Sedina le negaba haberse reunido con Jazmín. Seguramente, tenía muchas fotos y videos de ella. Imaginaba que al final la dejaría fuera por quedarse con Jazmín. Lili se comunicaba con Sedina, esperando que ella no adivinara sus pensamientos, pero el fastidio escapaba en sus mensajes sin lograr confesar la razón. Se enviaban memes y escribían por un rato, luego Sedina se desconectaba para seguir editando; consultaba el libro de video y edición, el que le obsequió su mamá por su cumpleaños; las novedades del libro eran prácticamente nulas, pero era su regalo, además, el capítulo de composición e iluminación se mantenía vigente. Su mamá presumía con las vecinas que su hija iba a ser grabadora de videos cuando fuera grande; productora o realizadora, la corregía su hija.
El proceso de posproducción y un periodo vacacional las distanció. Sedina intentaba montar el audio de un poema que Lili recitó. En el video Lili parecía otra persona, una muchacha a la que no conocía, pero desearía conocer. Buscaba la perfección, tan escurridiza que se fugaba al menor descuido. Algunas imágenes no cuadraban con el audio, modificaba una cosa y luego salían otros errores. El cierre de la convocatoria se acercaba. Sedina se rascaba la cabeza y la frente, resoplaba al recordar que con las manos sucias se extendía el acné. El video sólo duraba un par de minutos, la realización semanas. Ese era el precio para conseguir equipo nuevo. Tenía los ojos rojos y el cabello enredado en un chongo deprimido. La mamá de Sedina intentó invitarla a salir y ante las negativas le llevó fruta y ensaladas con sal y limón con tal de que no saliera a comprar refrescos y frituras.
Cada vez que Lili mandaba un mensaje a su amiga, vigilaba el tiempo hasta recibir respuesta. Nunca eran suficientes los emojis o los mensajes. ¿De verdad seguía editando? ¿Cuánto podía tardarse en el video? Seguramente Jazmín estaría en la habitación con Sedina. Sentadas en la cama. La madre encantada de ver que su hija tenía más amigas. Lili quería sorprender a Sedina y a Jazmín. Encontrarlas sentadas muy juntas, calladas o riendo, ambas posibilidades le sentaban mal. Tenía que comprobar o alejar esos pensamientos. Esa misma tarde decidió descartarlos cuando conoció a un chico. Era primo de un vecino que estaba de visita por las vacaciones de verano. Con él tuvo su primera sesión de besos prolongados. A los días llegaron las caricias junto con un encuentro sexual abrupto que Lili interrumpió. Le pareció innecesario el ardor y las molestias en su entrepierna y los besos desabridos. Se le revolvió el estómago. Por eso, Lili empujó al muchacho para quitárselo de encima; tropezó un par de veces con la cinta de los zapatos antes de llegar a casa. Se bañó por media hora, intentando desprenderse de los olores.
Por la noche se presentó ante Sedina. Lili creía que su amiga olería su decepción. Sedina había trabajado ese día durante horas y por fin escribía los créditos. Iba a darle la sorpresa a Lili en cuanto terminara. Le mostró el video. Cada una se nombró la peor actriz en la mejor producción. Ansiosas por conocer los resultados de la convocatoria que saldrían en un mes. Luego Lili se recostó con los ojos abiertos, mirando las manchas en el techo, vigiló el rostro con acné, la sonrisa cansada y los dedos brincando sobre el teclado de la computadora. Pensó en Jazmín. Jazmín no había estado sobre esa colcha de flores y no lo estaría nunca. Sedina se acomodó a su lado. Estaba cansada de editar y de pretender arreglar cada detalle que pudiera parecer un error. Fingió roncar con chiflidos. Lili deshebró el cabello de Sedina hasta que se quedó dormida. Apagó la luz para que descansara, aunque ella misma no se sintiera cómoda en la oscuridad.
Zulma Rodríguez. Narradora mexicalense. Ha colaborado en revistas digitales como El Septentrión y la chilena Cinosargo. Su trabajo ha sido incluido en la Antología Baja Noir confesiones escritas y en la compilación Escribiendo para el Futuro de cuento infantil. Actualmente, dirige un taller de escritura creativa en Casa de la Cultura de Mexicali y cursa la Maestría en Cultura Escrita en el Centro de Posgrado y Estudios Sor Juana, en Tijuana.