La soledad de Milhouse

La soledad de Milhouse

Tenía miedo
en la infancia
de que se me durmiera
el tiempo.
Hoy tengo miedo
del tiempo despierto.

Alaíde Foppa

Solía no prestarle atención al llanto de Milhouse. Yuxtapuesto a lo barroco de la violencia de Homero Simpson hacia su familia, el agrio matrimonio de los Van Houten parecía una nota al pie; irrelevante si no era para acentuar otra secuencia que acaba con el estrangulamiento de Bart, o la decepción y tristeza que se siente alrededor de Marge viendo a su marido desperdiciar la vida de ambos. No, nada. Las pistas de que el hogar peliazul era infeliz de un modo tan propio y distinto de los Simpson, no hicieron sentido hasta que fui adulto. O algo así. Intento cuando menos mantener la apariencia.

Kirk Van Houten era un fantasma hasta que lo perdió todo. Un personaje sin mucha participación si no era para callar a Milhouse o a sus tendencias homosexuales. Me lo imagino en ese entonces como alguien que escuchó, con asco, el diagnóstico del psicólogo de la Escuela Primaria de Springfield y decidió que daría la vida por convertir a su hijo en un hombrecito. Lo castigaría viéndolo con asco cada que bailara o abrazara a su perrito de peluche para poder dormir. Milhouse nunca se había sentido atraído por Bart o por Nelson, pero ni el psicólogo ni Kirk entendían por qué al niño no le daba pena llorar en público o por qué prefirió la clase de cocina a la de carpintería.

Luann Van Houten llenaba la casa con silencios. Milhouse tendría que llegar a la adultez para entender que nunca fueron silencios como tales. Después de hacer el quehacer, y sin falta, la mujer se encerraba a llorar quedito en el baño, a veces telefoneando a su madre entre susurros. Las causas eran varias. En ocasiones era que había tardado horas en preparar una nueva receta para Kirk, y él respondía indolente que estaba todo muy salado. Otras era que lo había escuchado hablar a sus amigos del asco de mujer con el que se había casado. Pero no quería distraer a Milhouse de sus tareas. La felicidad que conocía eran los días que Kirk se iba de la ciudad por trabajo y Luann podía cocinar pasteles con su hijo. Cuando Kirk regresaba, lo hacía también el silencio.

Fue una noche muy cálida. Tenían los dos el estómago lleno de un dulcísimo jamón que Marge había cocinado. Una línea curva se había trazado en el cuello del matrimonio. Dile dignidad y podríamos acabar con esto. Dile dignidad y volvemos al punto cero. Luann y Kirk viéndose a los ojos por primera vez hace quince años. Sus nombres pronunciados como un último suspiro antes de dormir años y soñar con una casa verde en medio de un manglar. Dile dignidad y quizá llegando a casa puedan volver a sentir amor. No. La verdad es que hacía mucho que el amor escaseaba en el hogar de los Van Houten. Dibújame la dignidad, Inocencia, y me iré de tu vida sin hacer ruido.

Ella la dibujó y la piel de Kirk se abrió dejando una estela de vidrios que Milhouse aprendió a llamar “papá”. Ahora era el niño quien se desesperaba por la falta de hombría de su padre. Por lo poco que se esforzó en cambiar para que Luann pudiera siquiera reír de vez en cuando. Me imagino a un Milhouse con ganas de dejar la casa y quedarse flotando en medio de un mar de leche de soya. Me imagino que eventualmente llegó la culpa y una soledad que no se llenaba viendo cómo Bart humilla a Skinner por vigésima vez. Me imagino a un Milhouse dividido entre el coraje hacia su padre y el saber que ya no había una casa a la que volver, sólo trozos que tocaba juntar a ratos con su madre.

Me imagino la escena diez años después: un Milhouse adulto incapaz de ver a su padre a los ojos y diciéndole que se irá a estudiar muy muy lejos. Que Springfield dejó de ser un hogar muy pronto y no tenía la intención de volver. Otros diez años más tarde, Milhouse se casaría quizá con Lisa, quizá con Bart. Kirk, viejo y solo, esperaría en vano la invitación a la boda y sólo vería una foto en Facebook: Luann, feliz en vestido verde, abrazada de su hijo. Orgullosa.

Kirk también estaría orgulloso, pero para entonces sería demasiado tarde para expresarlo.

En uno de los capítulos más recientes de la serie, los Van Houten se reconcilian y vuelven a casarse. Entonces se quedan temporalmente varados en una isla desierta hasta que el intrépido tío de ascendencia danesa llega al rescate. He decidido ignorar deliberadamente este capítulo. Porque fuera del elemento fantástico, no concibo una historia llena de tantas heridas curándose sin más. Porque conozco muy bien la tristeza y es un insulto que me vengan a decir que se borra tan fácil. No, ni madres, los Van Houten siguen divorciados, ese hogar quedó roto con motivos de más. Milhouse crecerá para ver ese caos en retrospectiva y sentirá alivio de ya no estar ahí. Kirk morirá solo en un departamento para solteros y Luann, años después y ayudada por la terapia, se sentirá finalmente feliz.

¿Te sientes solo, Milhouse? Porque yo sí. Tengo miedo, ¿dejaste tú de sentirlo alguna vez?

Esteban López Arciga,
Agosto de 2020

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