Sobre Lo común también cruje: me voy a morir esperando que la ciudad se mueva
Todavía le temo a los fantasmas porque sé que se mueven en coro. Forman una fila quimérica de pliegues de carne que deja caer sus jugos sobre todo. Esto es un ejemplo en el que yo soy con el otro sin poder despegarme. Entonces abriré la ventana para ver una ciudad que ya no es lo que era, ni contiene a lxs que amé, ni lxs que fui y sin embargo la veo y el mismo animus geográfico no permite la muerte. Pero esos no-muertos salen de los crujidos que hace lo común. El mundo (¿cuál?) depende entonces del calor dentro del coche en la de tarde de algún verano de mierda:
aquí los
sentidos se ponen en juego
pero hay algo placentero
que se mueve con nosotrxs.
si apagamos el auto, lo más
seguro es que prendemos
Lo común también cruje (La Impresora, 2020/Herring Publishers, 2020), el más reciente poemario del poeta puertorriqueño Jonatan Reyes, es una lectura que embruja los recovecos del departamento llenándolos de ausencia. Su verso corto es un gemido entrecortado, una especie de monólogo interior que no se queda en la autoindulgencia burguesa asociada a la técnica modernista. La tensión del libro no corre alrededor de la pérdida de un centro, sino del ejercicio casi espiritual de vivir con el desgarre, y a pesar de ello templar las ansías para ser en un mundo que no se acaba porque sigue moviéndose, rechinando.
La estructura suelta, aparentemente floja, delata su engaño en una cohesión de la forma y un intento de narrativa, que sólo absorbe experiencias que son insignificantes pero que en su encuadre dan el cue de que la presencia destajada reptando entre los paisajes grises está a punto de revivir. Y justo después, no sucede nada:
alguien me toca bocina
para que me salga
del medio.
me salgo del medio
me salgo del todo
Me interesa el cuerpo de quien emite estas palabras, la máscara poética que Reyes pone a andar por las calles para no encontrar nada. Se trata un flâneur desencantado, dando vueltas por un Puerto Rico en parálisis. Frustrado de sexo (“Odio las manchas de/semen en mi camisa”) como quizá también esta frustrado a un nivel ético, siempre parece llegar o estar en medio de un clímax insatisfactorio que lo de deja tieso, paralizado tratando de juntar un poco de experiencia que le permite articular un relato apenas que sirva para contrarrestar el vacío.
Creo que en la aproximación a este vacío es que encuentro el gesto político de este libro. El desencanto se enraíza en los cuerpos presentes, pero estos no son definidos por la vacuidad. Lo angustiante del libro es sentir estos cuerpos como potencias al borde de la actualidad. Lo satisfactorio del libro son los pequeños momentos en los que los cuerpos en conjunción con el forraje de objetos estériles muestran breves atisbos de movimiento. El desencanto posmoderno buscaría ignorar a los espectros que se levantan de estos vaivenes; la nueva sinceridad buscaría hablar por ellos; en Lo común también cruje estos atisbos son vistos con cinismo, casi rencor, pero el flâneur registra la experiencia fallida con un compromiso que le permite dar fe de los pequeños instantes donde se rompe la parálisis, con todo y el desencanto. Veamos los versos finales de “1.5”:
hay tormentas que desgarran la
costura por todas partes; otras veces
hay invasiones de polillas y un cielo
congestionado de aviones que se
la pasan perdiéndose en los radares.
también hay ilusiones, pero dan asco
Ahora comparémoslos con los versos finales de “1.13”:
sin querer
uno de los niños
le dispara al veterano
y él se seca el rostro
con la manga de
su chaqueta militar.
de paso, aprovecha
y se seca el sudor
que lleva en la frente
hace tanto tiempo
Parafraseando a mi conveniencia a Walter Benjamin, la ausencia de una experiencia que de cohesión diegética da espacio a que se instauren todo tipo de narrativas reaccionarias horrendas. Es en este sentido que el ánimo de registrar los pequeños gestos de emancipación que surgen como relámpagos en la monótona vida de una ciudad chueca, se vuelve un gesto político solemne en el que se juega el destino de lxs que son y lxs que fueron. Basta que un camión de basura cambie su ruta para que inicie una lucha emancipatoria. Ver fantasmas en el rincón donde unx se masturbó de melancolía es abrir el cuerpo al cuerpo ausente.
La lectura de Lo común también cruje no me ayuda en nada a disipar mi temor por los fantasmas, pero al menos pone mi cuerpo en una mejor disposición para entablar comercio con la comitiva espectral. Michel de Certeau en algún momento habló de la mortificación del cuerpo por parte de los místicos cristianos como una especie de labranza previa a la llegada del cuerpo completo. El cuerpo cuya mera presencia basta para redimirnos. Leyendo a Jonatan, empiezo a pensar en el autodesprecio millenial como un auto escarnio que también anuncia la llegada de otro cuerpo mesiánico. Una práctica lo suficiente cínica como para no profesar en alto su fe, pero lo suficientemente comprometida para entender que el pesimismo absoluto es una flojera intelectual.
Esteban López Arciga. Junio de 2020.
Lo común también cruje fue editado durante 2020 por La Impresora en Puerto Rico y en México por Herring Publishers.
Un comentario en “Reseña: Lo común también cruje // Jonatan María Reyes”