Sobre Que parezca un accidente de Elma Correa. La amistad es una pastilla que me va a matar salvar provocar retorcijones en un set de porno.
Nunca estarás tan completa como lo estás ahora. Nunca estarás tan sola. Nunca estarás tan llena de presencia. El tiempo se viene como quien ya le perdió el miedo al suicidio y sólo un rastro de sangre y estancias en el anexo nos hará darnos cuenta de que, al final, una conexión tenue con el dealer de cristal es lo que nos salva del completo olvido. Es esto o la vortioxetina ya me dejó muy mal.
He reído mucho con Que parezca un accidente (Nitro Press/UANL, 2019), el primer libro de Elma Correa, pero lo que me queda al terminar es la sensación de un hueco en el pecho, pues cada uno de los relatos aquí contenidos lleva a la amistad como eje de estar en el mundo a límites viscerales. Qué palabra tan empalagosa. Amistad. Se antoja para desatar una hecatombe de cursilerías como lo haría la glotona protagonista de uno de los relatos de Elma; no obstante, es la fuerza que nos lleva a los bordes de la ética o el sentido común. En Que parezca un accidente es esa potencia fortuita que hermana a un redneck con una huérfana embarazada y con un doble de Nosferatu, o que obliga a otra chica a llorar por un pederasta a medio castrar. Una conexión peligrosa y que mantiene en pie a un montón de seres desequilibrados sobre un mundo tan ido a la mierda.
La prosa de Correa entra como un cuchillo caliente, no pierde tiempo en describir nimiedades. Para el tercer párrafo del cuento ya sabemos dónde estamos parados y la manía personal que va a guiarnos por el despapaye; aun así, no tenemos más información de la necesaria, de tal modo que los personajes se revelan a conveniencia. Nos ocultan buena parte de sus agendas y acaban su historia dejando ambiguas sus motivaciones, si ciertos actos los motiva el cariño o la depravación que pulula en cada callejón meado.
La geografía del libro es errática; a pesar de estar marcada por el norte y la frontera en sutilezas logísticas y culturales, no convierte al norte del país en un no-lugar fetiche de filme de explotación. Lo morboso de los cuentos obedece a un orden distinto donde la sociología barata es mascada y humillada. Cada cuento es un microcosmos, donde el sitio es devorado por la obsesión y los nexos turbios que enredan a los involucrados en la anécdota. Podemos estar culeras aquí y en otros lados, pues el norte es un accidente, no un monolito.
Es en ese sentido que el libro hace honor a su nombre, el accidente es un encuentro que de repente convierte en cómplices a dos seres que no podrían desencajar más. Cada uno de los nexos que quiebran huesos y nucas se presenta de un modo súbito, ni nos damos cuenta cuando ya estamos amarradas al otro para bien o para mal (con una tendencia a lo mal). La maniobra de cuatro chicas huyendo con un cargamento de heroína se vuelve el más tierno pacto de sororidad. Una fiesta en un ejido después de tirar un cadáver al canal se vuelve un santuario. Tres chamacos fumando ice en algún submundo sienten que cargan con el destino del universo y, de cierto modo, lo hacen. El presente se abre como la única fuente de posibilidad, no desde una esperanza ingenua y aburguesada, sino a partir de una honesta sensación de “es lo que hay”.
Que parezca un accidente es un libro que no permite la soledad. Esto me parece perfecto porque, por un lado, la introspección ensimismada de un selecto grupo de viejos lesbianos es lo que tiene pirado al mundo; por otro, escribo estas palabras en medio de un encierro por pandemia que lleva tres meses y promete mamarse otros tres. Leer estos cuentos me hace sentir de nuevo en un tugurio con mis amigas, recordándonos constantemente que estamos culeras, pero estamos culeras juntas. “Nunca seremos tan perfectos como lo somos aquí”, dice el primer cuento del libro, y así me imagino congelado en un bar mal iluminado de Mexicali hablando el chisme semanal y mascando colitas de puerco hasta ser remplazado por un sendero de bufes y cenizas.
En otra vida seremos gordas que disecan a sus gatos muertos de diabetes y en algún cine porno nos haremos amigos de alguien con pus en los genitales y con la nariz mocha. Hoy, al menos, sabemos que seguimos sin morirnos de plaga por puro accidente y, a nuestro pesar, somos incapaces de estar solas. Aunque quizá, no nos reiremos cuando todo acabe.
Esteban López Arciga. Junio de 2020.
Qué parezca un accidente fue publicado por Nitro Press en colaboración con la Universidad Autónoma de Nuevo León y puede ser adquirido aquí.