La poesía de Erik Moya, como ya ha señalado Ángel Vargas refiriéndose a Cruising Morelia, es una geografía trazada por la carne. En ese mismo sentido, el poema que publicamos es una suerte de carta náutica. El poeta nos hace navegar por un lenguaje recargado, cercano al neobarroco, desde la disidencia y el testimonio.
Hablamos de materia sumergida, de una búsqueda por y desde el cuerpo sexodiverso hundido. Este poema retoma a Juluis, personaje clave presente también en el primer poemario del autor. Es de mi parecer que las inquietudes que mueven a nuestro poeta son las mismas que movieron en su momento al joven Rimbaud al escribir «El barco ebrio»: el devenir de un contenedor a la deriva y sus posibilidades.
J.G.
DE LA PÁGINA CAE UN DERRAME FLUVIAL QUE NO ES MI LLANTO
(fragmentos)
Navegar:
fr., Naviguer; it., Navigare. (Del lat. Navigȃre) intr. Hacer viaje o andar por el agua con embarcación o nave. Ú. t. c. tr. || Andar en buque o embarcación || Por analogía, hacer viaje o andar por el aire en globo o aeroplano. || fig. Transitar o trajinar de una parte a otra. || intr. Mex. Barbarismo por LUCHAR.
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Anne Carson
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[Morelia, Michoacán, 2017.
Esto sucedió una noche de noviembre y posteriormente, nueve meses más tarde, un muchacho quiso ahogarse el vientre cálido del mar, en su propio líquido amniótico]
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El rectángulo incrustado en el verde del suelo parece un vientre inusitado. Una suerte de rambla donde entraba. Un paraíso. Soy un embrión que imagina la furia de una ola. Soy un barco entre la banqueta y un nombre guardado mirando al cielo y el reflejo de un astro sobre mi cabeza. Si la inundación prosigue no me preocupo. Mi madre me llevó a clases de natación. El agua dejó de ser el vacío donde undulaba y caía; el abismo.
*
Una ciudad vacía, una alberca vacía no funcionan. Habrá que inundarlas. Las culturas antiguas alrededor del mundo lo sabían. Mientras el diluvio me envolvía fui valeroso, pero, todo nadador por experto que sea es un diminuto pez contra natura. Quién reta al agua está condenado. La diferencia aquí es que no reté a nada ni a nadie. El rectángulo se quebró con el verde. Surgió la cólera de una placenta previa. El maremoto dentro del cuerpo y la ciudad comenzaba hincharse por la sal.
*
Si presagiaras los días lluviosos, la caída de los peces muertos, la explosión de las tormentas, el mal pronóstico del tiempo no hubieras salido a orinar hilos blancos aquel día que el aire fue mortaja. Caminas desde tu casa por la misma ruta, las mismas calles de cantera. Mientras la noche de un azul oscuro (casi negro, casi cielo) te avisaba que te obligarían separarte del cuerpo. Juluis, buscas la palabra exacta. Enunciar agua de forma distinta. Explorar sobre la piel de otros y nunca encontrar nada: epidermis oceánica. Cada semana sumerges el filo del pubis. Abres tumbas donde flotan restos áridos del llano negro de la ciudad. El encuentro lascivo con las sombras. Esperas el arribo de los sinónimos a tu cuerpo:
Juluis (23 años) hambriento mejilla en el pasto.
Desconocido (35 años) (aproximadamente) hambriento sobre el cuerpo de Juluis.
Este es un cuerpo de masa negra conformado por dos cuerpos que son todos los colores de ausencia al mismo tiempo.
*
Eres embestido por la fuerza de otro hombre. Invocas corrientes. Inundas extensiones. Eres la barca prendida en llamas sobre una superficie de metano. Ya debes saber que viajamos cuando hundimos el rostro en la piel de alguien. Deja de imaginar mareas que no son de este planeta. Titán es el satélite más grande de Saturno, donde las hormigas no existen. A pesar de tus desvaríos, estás anclado en la noche de invierno y cualquier estación es más terrestre que el polvo de estrellas en tu sangre. ¿Una estación puede estar repleta de miedo y desatar una tormenta? Los insectos suben hasta la cofa de tu cuerpo. Recuerda, no todos saben nadar. Las hormigas, furiosas, te muerden partes blandas del pecho. Eres el festín de los sobrevivientes. Las ronchas que te brotan son la señal del desprendimiento.
No comprendes la fórmula del agua. Es incomprensible para tu lengua. Te limpias los restos de desconocidos. Te sumas a la fila de las sombras nuevamente. La oscuridad es iluminada por las heridas. La luz lunar nunca es suficiente. Una herida arroja luz propia[1]. No son luciérnagas; son humanos emanando sangre. Cualquier líquido contiene su resplandor: gotas de luz derramadas en el pasto.
Juluis, haces posible la iluminación: eres por mucho la sombra más brillante.
He aquí, pues, que los detalles son visibles en la oscuridad. Un plano detalle sobre la pelvis revela el más letal de los requiebros falsos. El toque de las manos deja luxaciones en las partes más duras de tu cuerpo. Del falo brota la cascada fluorescente y con ello el juego más macabro: el desprendimiento.
*
Mientras (en este momento, Juluis) mantienes la pequeña muerte en su dominio, el llano se ilumina. La luz -que toca el pasto, el lodo, los insectos, los microorganismos- es de sobresalto. Una luz de sobresalto contiene peligro. Esta luz no es hemorrágica, aguacero apocalíptico sobre las cicatrices de tus muñecas. La luz artificial corrompe: bestias de obsidiana con linternas desde la avenida. Es momento de correr por la ladera, huir. Sombras invisibles se apagan. Los hilos de sangre que dejas como rastro trazan el camino de tu captura.
Y he aquí capturado, Juluis. Luz azul – Luz roja. (golpe). Nos salió jotito. Yo no tengo problema con eso. (golpe) No te estamos preguntando. Soy hombre que brilla con otros hombres, con eso me basta. (golpe).
Príncipe a la orilla ciénaga, eres reducido. Observas la situación de tu cuerpo, cercenado por el rayo. Te conviertes en microorganismo de fototaxia negativa. Sientes la muerte próxima por alumbramiento artificial.
No, que no muera lento. Hay que aplastarlo con las manos, con los puños.
Heridas sin ninguna gota de luz: no todas las heridas arrojan luz propia. No cuando el corte se hace por resistencia, al contrario, la luz de una herida nace desde la voluntad.
*
La ausencia del mar: una luna encallada en el fango; un arrecife seco; las huellas de animales no descubiertos y luego tú, rodando en la cuenca oceánica de tu voz de niño.
Juluis, ¿ves la gran sombra ante tus ojos: 25 metros, un olor a crustáceo y arena mojada? Es el pronóstico de todo mal tiempo.
*
Estás repleto de hematomas de un color impotente, como la noche dentro de una ballena. Tomas fotografías a la extrañeza del cuerpo. Escribes una protesta en las redes sociales; la publicas junto con las fotos. Duermes de forma inexacta.
Despiertas, revisas las redes sociales: una marea por sí sola no es violenta. Alcanzas la viralidad exacta, el punto medio de las preocupaciones falsas. Solo basta un elemento que provoque tal alboroto. En medio de las aguas, un casi ahogado. Entre la multitud, solo algunos saben nadar y, de esta porción, no todos saben de salvamento.
*
Continuamente disfrutas ver a las anguilas que se asoman por tus poros, no evades los espejos. Tienes los labios morados, las escamas secas. En los ministerios públicos no hay muro refleje nada, no hay rostros. Todos llevan el mismo cáncer en la cabellera.
Te muestran retratos digitales. El lubricante de tus ojos desaparece. Horas después, identificas a policías. Faltaron pruebas de agua y designios divinos del mar abierto. Nadie es castigado por la fuerza del tridente.
Una alberca de olas fabrica el movimiento rígido del agua. Difuminar la escala de la tormenta; desaparición de los cuerpos en la arena. Pocos peces sobreviven a la caída y siguen el curso de la corriente.
Te encierras en un casa con dos cuartos más servicios. [2]
Caminas por la banqueta dos veces a la semana; un jersey deslavado, licra y gogles; te espera el rectángulo incrustado en el pavimento. Te sumerges en el lago vencido de la piscina. Tallas tus piernas; recuerdas que fueron motor de agua; palpas el fondo; encuentras una ciudad inundada; encuentras un pergamino donde se lee:
Me han sacado del mundo.[3]
*
Decidí contar secretos de ultramar a desconocidos. Pronto nos sumergíamos en un líquido afable. Me invitaban nadar en cualquier agua oscura. Felices, porque necesitábamos de la penumbra de un fondo, un abismo distinto al de nuestros estómagos. Fue ahí donde se revelaron los secretos de la carne y su luminiscencia. No quisimos acatar la regla principal de nado: Esperar por lo menos 2 horas si se tiene la barriga llena (un abismo es una profundidad sin fondo, un vacío. El vacío también ocupa un lugar en el espacio y nuestros espacios clamaban ser llenados). Sin embargo, es un mito que la sangre se desvíe de brazos y piernas hacía el tracto digestivo, leí esta línea en un artículo científico. Entonces, ¿por qué siempre nos ahogábamos uno frente al otro?
Nadar abrazados no era la mejor forma de sobrevivir.
*
Observas el gran espejo en la pared del agua: el desastre natural de las cosas.
Imaginemos una ola de 25 metros a la orilla del mar: el resultado son estas dos alberca destruidas, Juluis. Detrás de una ola inmensa le prosiguen otras de menor medida: 22, 20, 18, 15, 12, 10. A pesar de los daños, tu cuerpo recuerda a través del pecho; memoria muscular. Tus brazos reman el agua hacia los pectorales; asomas la cabeza; tomas aire; tus manos como dagas hacia enfrente para escapar del mosaico.
Un espejo es cualquier agua en calma. Tan extraño, piensas. Dentro de toda tranquilidad hay movimiento. Observas tus ojos, grandes rectángulos encajados en el rostro, destruidos.
Ahí, dentro de ellos, nace la furia de un mar picado.
*
Juluis (navegante), tus ojos no quieren, no deben estar llenos con agua del litoral. Comprendes que la venita roja no es una variación de la ternura, pero sí del delirio. El paisaje más hermoso está adentro, esperándote. Si lo deseas, tu nariz crecería en tu espalda. No un espiráculo. Una protuberancia arraigada en las vértebras. Así tu cabeza no traicionaría tu respiración y nunca saldrías del agua. Imaginemos que tu rostro no sigue maldito y que el paisaje más hermoso está adentro, esperándote. Cuentas las arrugas en las yemas de tus dedos, surcos donde se esconden las pulgas de arena. Imaginemos un mar casi transparente. Tratas de no olvidar el ardor de la sal. Das brazadas errantes en los ojos de agua, bajo las cavidades subterráneas, bajo las cejas. Te pones frente al espejo, un horizonte de espigones y el huracán muerto en tu espalda. Tras la ventana, el sol pestañea; con un dedo lo tapas: pantalla táctil y las ondas cortan el agua, el reflejo de tu cara.
[1] Anne Carson, La belleza del Marido. Traducción por Ana Becciu.
[2] Eros Alesi, Querido Papá. Traducción por Guillermo Fernández.
[3] Héctor Viel Temperley, Hospital Británico.
Erik Moya (Zamora, Michoacán, 1994) Egresado de la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas de la Facultad de Letras de la UMSNH. Autor del poemario Cruising Morelia (Instituto Zacatecano de Cultura/ Texere Editores, 2019). En 2018, obtuvo el Premio Nacional de Poesía LGBTTTI.